18.8.10

"SI VAS PARA CHILE..."


Chile es un país singularmente trágico. Marino, minero y vinero por excelencia está prácticamente asentado sobre una placa geológica en constante desplazamiento del océano hacia el continente desde todos los tiempos. En el llamado Círculo de Fuego del Pacífico tiene el triste honor de encabezar mundialmente las estadísticas con las dos más grandes catóstrofes sísmicas de la historia del hombre: mayo de 1960 y febrero 2010. Hace medio siglo, en el término de 36 horas el sur chileno fue sacudido por más de 300 terremotos en el tramo Temuco-Puerto Montt, tres de ellos los de mayor magnitud que se llevaban registrados. Un maremoto se encargó de poner el broche al malestar del planeta. En la zona carbonífera de Lota-Schwager, con socavones submarinos, los derrumbes no asfixian a los atrapados con polvo, piedra y roca, sino que los ahogan en agua salina. Estaban en huelga con la patronal multinacional como se empezó a llamar con el neoliberalismo a las corporaciones norteamericanas prosiguió mientras se rescataban los cadáveres, se los velaba y bajo la llovizna negruzca se los llevó a pulso envueltos los féretros en pabellones tricolores y rojos. Al frente del cortejo, con la manija del primer cajón, iba un hombre más bien bajo, el pelo más ensortijado por la humedad: el senador socialista Salvador Allende. Cumplidores de las formalidades a muerte, como siempre, también a la cabeza, pero sin portar ningún cuerpo, iban los directivos nacionales del yacimiento, entre ellos su máximo jerarca. En medio del silencio sepulcral del momento se alzó una sola voz, solitaria, segadora, para ponerle nombre y apellido a la historia. Fue uno de los mineros sobrevivientes el que le gritó al máximo burocratón:
-Es dura, pues, la vida, señor González.
¿Para qué más?
Una tradición oral, basada en un humor un poco tétrico, aseguraba hasta 1973, dada la regularidad institucional, que gobierno que asumía el poder era saludado por un movimiento telúrico. En setiembre de ese año el desastre no vino de abajo, sino de arriba, en forma de misiles arrojados por la precisión de los Mirage de fabricación francesa. El remezón tuvo la magnitud suficiente como para sacudir al mundo. El Chacal se mantuvo casi dos décadas sin que el popular presagio se cumpliera hasta que por allí, a mitad de los '80, las energías tectónicas se encargaron de hacer saber que estaban remolonas pero no dormidas.
La gestión de la doctora Michelle Bachelet no fue saludada sino despedida por una catástrofe atroz. La asunción del multimillonario Sebastián Piñera se produjo entre despojos y con la cuenta de platos rotos impaga. El en la siesta del jueves 5 de agosto por fin se derrumbó parte del socavón de la mina San José, cobre y oro, un poco al norte de Copiapó, en el llamado Norte Chico. 33 trabajadores no pudieron salir y al momento de estarse escribiendo esto no se tienen noticias y los mejores augurios dicen que si las sondas llegan van a llevar varios días más y el acceso definitivo hacia donde están puede tardar varios meses, si es que lo intentan. Ya hay un proyecto de convertirlo en santuario.
El capitalismo no necesita que se le derrumbe más ninguna careta. Hace tiempo que no le queda ninguna. En los últimos tiempos lo signa el cinismo y la obscenidad. Los tardíos informes sobre la seguridad reinante en San José escuetamente se resumen en que el emplazamiento no podía estar operando. Era un ruleta rusa. Pero con los seis proyectiles puestos. La impecable instantánea registrada por un cronista gráfico de la agencia noticiosa española EFE, que es la que ilustra esta entrada, da cuenta de la historia singularmente trágica de Chile y los chilenos. Son su banderita al viento, en los comienzos del desierto de Atacama, donde de día hierve el suelo y a la noche la camanchaca, una neblina verde que se aposenta sobre lo arenoso, hace tiritar de frío hasta las piedras, el hombre espera al Claudio de la T-Shirt crucificada. Así suceda el milagro que se espera y desea la naturaleza intrínsecamente inhumana, antihumana del capitalismo, no va a cambiar. La desolación de los recursos, el no escatimar en gastos y explotación tuvo su representación lúdica en el primer videojuego con el boom informático de los '80: el insaciable PacMan. Y esta puñalada artera, que muchos todavía querrán atribuirle a una mala alquimia de sucesos incontrolables, sucede en momentos en que está en auge, muy cerca de allí, de los dos lados de la cordillera, la megaminería, la vuela montañas enteras con toneladas de explosivos, demuele el paisaje y lava los restos con agua pura de las napas subterráneas, reserva para la sed de los que ya se comieron todo en esta parte del mundo, mezclada con cianuro, cosa que lo que quede sea contaminado. Ya hay muchas miradas sobre Santa Cruz y lo que allí la minería significa.
Los anteriores a la conquista española ya tenían sabido y advirtieron que con la Pachamama no se jode. Menos que menos se la manosea y ultraja. Y el chileno solitario, esperando en el desierto con una bandera y una remera, ni es símbolo ni es emblema: es apenas un signo de lo que el apetito productivo ignora. De la consolita puesta inmediatamente abajo, que el siseo del viento no va a dejar escuchar con claridad, apenas un poquitito de música para acompañarnos en tanta soledad porque lo sucedido en Chile es chileno solamente para lo noticioso contingente en unos tiempos, empezando por el soporte donde estamos ahora asentado, fagocita datos e info en una carrera desesperada por la inminencia del final.
El Cuchi Leguizamón decía que "la canción es la única eternidad que tienen los pueblos". También lo único que por lo menos no se van a poder robar, aunque ya vengan haciendo a dos manos con los derechos.