El sábado útimo la muchadada de Estudiantes de Buenos Aires con sede en Caseros volvía de jugar con San Telmo y la custodia policial de la República Federal de Buenos Aires los dejó en la frontera con la República de Tres de Febrero y sin custodia, así que como los colegas de Almagro, cerca de la canchita de José Ingenieros, estaban alternando luego de su partido con
Atlético Rafaela de Santa Fe, procedieron a detener los micros, bajarse y darles para que tuvieran.
Sucedió lo previsto: se dieron. No alcanzaron a incendiarles el gallinero, como estaba previsto, pero algo es algo. Claro, intervino la policía y se dieron más porque entonces fueron TRES los bandos en pugna y, para colmo, uno con armas de fuego. La mamá de Mauricio Suárez, de 26 años, (a) Fatiga, no pudo terminar bien su día porque al muchacho lo mataron. Médicos del Hospital Piñero declaron en vivo, muy cautos, que la herida que tenía en el hombro, entre la
clavícula y el cuello, al que ya había entrado cadáver, era de tal índole que no acercaban a dar con qué había sido producida y que el deceso se había producido por el desangre.
Los diarios primero hablaron de la detención del jefe del Operativo Especial del lado de la República de Tres de Febrero, por chambón, pero que un efectivo con el arma reglamentaria en la mano subió a uno de los colectivos atacantes y lo fusiló a Fatiga sin más trámites, a medio metro, con la Itaka cargada con perdigones de guerra. ¿Causa? Gravísima. El ahora finado tuve la insolencia, tupé y atravimiento al ver cómo venía el taquero repartiendo culatazos a troche y moche de decirle: "¡Pará! Pará de dar tanto."
Un negrito insolente. ¿De dónde se conocían para tutearlo, más siendo un pendejo, y el otro hombre mayor, autoridad, custodio del orden y auxiliar de la Justicia?
Se trataba del comisario Juan Carlos Furnus, que quedó en chirona, a disponibilidad y con la teórica sombra de un mínimo de ocho años por homicidio simple agravado por el cargo. A las pocas horas, el periodismo siempre sensible a todo lo que sea ver el ser humano atrás de cualquier cosa, hizo correr la bola que el susodicho había tenido un intento de suicidio.
Es posible y probable. Lo que sí dice que si fue intento, fracasó. En cambio, a Fatiga literalmente lo vació, por la flor de fuego de la Itaka a esa distancia es poco más grande que el orificio donde sale, pero al hacer impacto se abre y rompe todo lo que encuentra. Fueron nueve perdigones 9 mm.
No somos ordenados ni prolijos ni para hacer cagadas.
Eso sí, como siempre los mecanismos de invisibilización se ponen en marcha, ahora todos casi dicen a coro que el total de muertos en las canchas es de 174, sin aclarar desde cuándo, pero en realidad ya se acercan a las 250 porque no cuentan a los negros del interior que no son argentinos y tampoco a los que da de baja la policía porque no son humanos. Como tampoco cuántos van ya a itakazos a quemarropa porque el Fatiga de Caseros no es ni el primero ni el segundo, y este último para colmo, a días que un ilustre camarada mendocino le tronchó la carrera a un futbolista de San Martín tirándole de un poquito más lejos en pleno pecho y no lo pasó a la categoría de alma en pena porque, dicen, Dios es cuyano y encima hincha de ese club.
Siga el baile, muchachos, siga el baile, al compás del tamboril y con Los Auténticos Decadentes.