Varguitas con un clic a su imagen por fin habla en Buenos Aires.
No pasó nada. Al mejor estilo del tremendismo nacional y popular, un tanto itálico, todo había comenzado por un lamentable libelo pergeñado en la Biblioteca Nacional, protestando por su elección para abrir la Feria del Libro, se dijeron de todo de entrecasa, la Tía Cristina operó en segundo término para poner orden entre los díscolos y el autor de La ciudad y los perros al final llegó lo más bien y durante casi dos horas subyugó a presentes y televidentes porque no es un orador, es un conversador afable, entretenido, amén de inteligente y talentoso. El fantasma temido del liberalismo quedó para los quintacolumnas que tiene el peronismo en su seno y la única falta de señorío que se le puede achacar al nacido en Arequipa, último Premio Nobel de Literatura, es no haberles agradecido a los papanatas la gratuita campaña publicitaria que montaron con expectativas que no se cumplieron y que sí en cambio aprovecharon para mandarse varias de las suyas. Una diputada venenosa, ex comunista y ahora cristinista desde la primera hora en que empezó a ser cristinista, dijo muy suelta de cuerpo que de Varguitas llevaba leído Las venas abiertas de América Latina, el escudero de Lilita Carrió le adjudicó la autoría de Cien años de soledad y un lamentable ministro que habita en la Rosada lo acusó de no saber nada de política, de ser un fracaso de político porque la única vez que se postuló en las urnas salió cuarto, un descubrimiento que ni siquiera advirtieron los propios peruanos, ya que fue a ballotage con el ahora encanado Fujimori.
Lo que no le perdonan es lo que opina sobre el peronismo y la dinastía Kirchner. El relamido liberalismo del que hace gala es chirle, utópico, no jode a nadie. Es figurita repetida. En cambio, en un país donde más de un referente ahora en el gobierno ha dormido casi todas las noches en las diferentes camas de la política carecen de la honestidad intelectual de un nombre que sólo por su rigor intelectual no tiene empachos en reconocer su paso por el Partido Comunista de su país, que tuvo figuras rectoras como José Carlos Mariátegui, y acusar a los vahos de París el haber adherido al romancismo avasallador de la Revolución Cubana, junto a una pléyade de jovencitos, particularmente sudacas. Acá sus detractores se olvidaron de esta adhesión de Varguitas durante tantos años a La Habana y lo que la inclemente e hispánica clase dominante de su país le hizo pagar por semejante desplantes. Jamás usufructuó del turismo socialista como acá siguen haciendo muchos, después cantando que combaten al capital y apañan a un gobierno que está aliado a una CGT patronal y sojuzga sin vergüenza a los jubilados. La falta de memoria y la lavativa del pasado es más que preocupante. Ningún peronista delivery se quiso acordar que desde 1930, con La Hora de la Espada, hasta 1955, con la llegada de la Libertadura, el director de la Biblioteca Nacional fue Hugo Martínez Zuviría, un glorioso best seller que ya quisiera hoy más de uno, más conocido con el nome-de-plume de Hugo Wast, un facho de aquellos, pescado in fraganti colaborando con un agente nazi. Durante su gestión, un funcionario menor que se estaba empezando a quedar ciego y que no ocultaba las urticarias y algo más que le producía el matrimonio entonces gobernante, en un acto despótico y ninguneador, típico de los desclasados, para calificarlo de algo, fue removido de la función pública al cargo de inspector de mercados de ave de corral y otros productos.
La llegada de los almirante Rojas & Co. al poder lo reivindicaron al lugar original, pero como director de la Biblioteca Nacional. Obviamente se está hablando de Jorge Luis Borges, al que Vargas Llosa no se cansa de rendirle pleitesía y ha dicho que se siente usurpando un premio que era de él y que todo indica que no alcanza con ser liberal de derecha para ser segregado. Justamente del puesto ocupado durante un cuarto de siglo por el fachista Wast y luego durante casi dos década por el derechista reaccionario Borges, porque no hay razón para andar con medias tintas porque no se trata de méritos literarios en juego, fue donde un académico de la UBA de prestigio catapultó la desgraciada carta tirándole el trancazo a Varguitas por extranjero y liberal. La Tía Cristina le metió un coscorrón y le hizo cantar la palinodia. Si es que se arrepintió en serio y no fue la escenificación de una opereta de cuarta, lo tendría que haber hecho y junto con el nuevo TXT acompañar su renuncia indeclinable. Porque la carta, amén del prestigio del firmante, tuvo difusión y enjundia política por el cargo que ocupaba, no por otra cosa, amén del desatino de pedirle a una entidad civil como la Cámara Argentina del Libro que le retire la invitación al otro Premio Nobel sudamericano después de García Márquez, autor como sabe cualquier parlamentario argentino de Conversación en la catedral.
Marito no dijo nada que no se supiera. No alteró nada, lamentablemente, del quilombo imperante. Reivindicó el derecho a decir lo que le plazca dentro de límites aceptados por todo bien nacido. Se le puede achacar, a tamaña lucidez, que tiene una grosera confusión entre Buenos Aires y el resto del gallinero, llamando genérica y equívocamente Argentina a ese conglomerado. Lo que él añora de cuando fuimos la octava potencia del mundo gracias al trigo y los bifes de cuadril era un feudo abominable, la Patria Estancia, con los Güiraldes del Don Segundo Sombra tirando manteca al techo en París y El Mudo cantando en Hollywood y los comités de Barceló y Ruggerito en Arvellaneda. Todavía queda más que un rémora. Claro, antes que la Revolución Bolchevique se hizo la Reforma Universitaria en Córdoba, los chicos iban a la escuela hasta en burro y ahora los burros dan conferencias de prensa en base a cuanto furcio se les cruza, pero es evidente que tiene una imagen idealizada por lo que él considera que es una deuda de su pasado hacia el país que culturalmente le dio tanto. En más de un momento dan ganas de creerle, sobre todo que no era solamente en Buenos Aires y que no había mensú, ni patagonias rebeldes, ni ley de residencia para bolches y anarcos, conventillos y ollas populares.
Vargas Llosa se sigue clavando puñales al preguntarse en qué momento, cómo fue, qué pasó para que se abandonara ese camino que de todas maneras indicaba que era hacia un porvenir tan venturoso y nos fuéramos a la D sin estaciones intermedias. Lo mismo, reencuadrando los parámetros, se pregunta con mayor laceración por su Perú. En los relumbrantes '60, cuando sobre todo los jóvenes emigraban en masa hacia la izquierda, Borges se afilió al Partido Conservador. Se le fueron al humo y le preguntaron el por qué de semejante desvarío. Dentro de su total oscuridad y remarcada tartamudez, respondió: "Es de caballeros defender las causas perdidas".
Mario Vargas Llosa vino, siguió ejerciendo con rigor el don de la lucidez, nos deleitó con una inédita cualidad de conversador que en más de un momento hizo recordar a su idolatrado Borges, quien junto con su pata Bioy Casares cultivaban el arte de la conversación, algo no muy frecuente, y no sucedió ningún cataclismo.
Todo lo contrario. El panorama político es tan pavoroso que dan ganas de llorar y afeitarse con las lágrimas, como alguna vez preconizara Cortázar.