MERCEDES SOSA ESTUVO DE CUMPLE
El 9 de julio de 1935, en un barrio de la periferia de San Miguel de Tucumán, nacía Haydée Mercedes Sosa. Ya adolescente, mientras sus hermanos varones se dedicaban a fundar el club All Boys, exclusivamente futbolero, de regular actuación en la liga local, ella se recibió de profesora de danzas nativas. En 1950, con el seudónimo de Gladys Oviedo, ganaba el concurso de jóvenes valores de LT12 Radio Tucumán, como cantante de boleros y otros formatos melódicos. En aquellos tiempos, muy menuda de cuerpo hasta la madurez, flacuchenta, piel aceituna (color Latinoamérica, la llamaba Alfredo Zitarrosa), cabellos algo chuzos, usaba pelucas rubias seguramente para ponerse más a tono de las circunstancias.
Una década después se iba a producir la parición de la que hoy se conoce como Mercedes Sosa. Y no sólo en la Argentina. Su unión al Movimiento Nuevo Cancionero, que regenteaban los mendocinos Armando Tejada Gómez y Tito Francia, más el guitarrista, cantor y compositor Manuel Oscar Matus, el Negro Matus, orientaría su vida en forma definitiva.
El otro hito fundamental data de 1965, cuando la rutilante estrella del Turco Jorge Cafrune, que barría discos de todos los metales y la adoración de la gente con Zambita pa' don Rosendo o Que seas vos, adelante de toda la gente y con todas las luces de Cosquín prendidas, le pasa por arriba al macartismo aberrante del califa que tiranizaba todo y le deja su lugar a quien él considera que era una folklorista de excepción que el público iba a saber apreciar.
Y no se equivocó. A aquella morochita chiquita, de nariz algo prominente y aquilina, como la de los antiguos, según los llamaba Atahualpa Yupanqui a los verdaderos dueños del continente, que tapaba esos pudores narcisistas y las falencias notorias del vestuario modesto con un poncho blanco con guardas marrones, la reconocieron desde la primera interpretación. Aunque no por libro, perciben al instante los sonidos que vienen de la tierra.
Pero no se puede evocar este hecho fundamental en enero de 1965, con el ya impuesto "¡Aaaquíii, Cooosquín! ¡Capital Nacional del Folklore!", del dueño de la pelota y de cómo se repartía la argentinísima baraja, por supuesto marcada y con uñas largas, sin por lo menos reinvidicar la memoria y el coraje, aparte del talento y su cualidad de intérprete excepcional, del jujeño Jorge Cafrune. Por más fama y prestigio que se tuviera había que tener agallas para hacer algo como la que mandó con quienes estaban marcados a fuego como comunistas, en plena Guerra Fría y con Fronteras Ideológicas que ya se venían.
La disgregación, más que separación del Movimiento Nuevo Cancionero, la ruptura con el padre de su único hijo, Fabián Matus, hoy manager y representante de la llama Pucará Producciones, ya era total. Merecedes se había largado como solista, grabado un primer LP con la tapa hecha por Juan Carlos Castagnino, con todos los signos y características de aquellos años de lo que era el Frente Cultural del Partido Comunista, pero en 1965 fue que apareció ya su primera producción con aparato comercial y el sello de una multinacional atrás.
Para la platea y la tribuna cambiaron los músicos, arregladores, atuendo y fundamentalmente el repertorio. Pero las cualidades de Mercedes Sosa no se ciñen a esa cualidad de la naturaleza, que per se es profundamente antidemocrática, como es su voz prodigiosa. La incidencia de músicos como Domingo Cura, Ariel Ramírez, José Luis Castiñeira de Dios, guitarristas como Brizuela o Espinosa, un charanguista como Kelo Palacios, el aerofonista Raúl Mercado, en un listado que es tan esmirriado como injusto por la cantidad y calidad de los que han estado a su lado, no sólo es innegable sino que sería un contra natura, ya que no hay un fenómeno sociocultural de la dimensión de la Negra que lo pueda hacer una persona sola, por más talentosa y prodigiosa que sea.
Y más si hablamos de cultura y arte popular, sin demagogias baratas y concesiones más que peligrosas. Mercedes Sosa es un fenómeno excepcional porque la rodearon y se supo rodear de artistas de igual estatura. Pero olvidarse que la ex profesora de zambitas, chacareras y pericones, cantante de boleros con pelucas rubias, es también una autodidacta formidable, con una cultura universal que excede largamente a su profesión, al cuidado riguroso de su instrumento (sus cuerdas vocales), es dejar las cosas a medias tintas. A la hora de elegir el repertorio, desde que decidió largarse sola, jovencita, inmadura, en medio de una Buenos Aires que ya era una picadora de carne, dicen que a lo sumo escucha respetuosamente hasta los palazos más duros, y con mucha atención, fundamentalmente para aprender, porque de los elogios no se aprende nada, salvo que engordan el alma.
Con todo lo excepcional que es la Meche no pudo escapar al triste destino de todo gran cantante de éxito en estas tierras: que le sacudan por el lomo un largo metraje. Por lo menos zafó de que fuera uno con ella de protagonista principal, como el mismísimo Gardel, Sandro, Favio, Larralde y tantos otros pero Leopoldo Torre Nilsson la pescó en 1971 y la mandó como la Juana Azurduy de Güemes, la tierra en armas, inevitablemente con el talentoso Alfredo Alcón en el papel principal y colaborando en que todos nuestros héroes fueron hermosos como él. Acá también apareció la astucia de la tucumana, porque salvo documentales sobre su carrera como cantante, aportar bandas sonoras y otras tareas colaterales no se prestó más al negocio barato, manido y de pésima calidad.
En 1979, en La Plata, a la salida de la presentación de su nuevo disco Serenata para la tierra de uno, por la canción de María Elena Walsh, es detenida junto con todos sus acompañantes. No estuvo mucho. Nunca le hicieron causa. Tampoco le vedaron el derecho del libro tránsito interno o salir y entrar al país. NO LA DEJABAN CANTAR.
Se fue a París y alternó con viajes a Madrid y otros lugares de Europa. Justamente en la capital hispana es donde para darle una mano a otro cantautor exiliado, Rafael Amor, con Alberto Cortez le hacen la pata y graban Corazón libre, justamente el nombre del disco que presenta para su 70° aniversario sobre la tierra y grabado por ella como solista.
En febrero de 1982 se produjo su regreso. Las famosas noches del Opera y las presentaciones a cielo abierto en las canchas de Estudiantes de La Plata, Ferro Carril Oeste y, por fin, Atlético Tucumán marcaron una etapa.
Su carrera está asociado a todo lo mejor de una época. Adoptó por decisión propia, bajo el ala, a figuras de la talla de Víctor Heredia y León Gieco, le bancó todos los desmadres a Charly García, compartió escenarios y micrófonos con María Betania y Gaetano Veloso, Pablo Milanés y Silvio Rodríguez.
En 1989 el gobierno francés le impuso la Orden del Comendador en Artes y Letras. Un homenaje similar o parecido tiene sólo otro argentino: Héctor Rubén Chavero, más conocido como Atahualpa Yupanqui.
Siempre lista para cualquier aventura, terminó una gira soñada por todo el territorio nacional ofreciendo un recital en Santa Catalina, el extremo más noroccidental del país, en plena puna, última parada de los ejércitos al Alto Perú y donde se conserva el lugar que usaba para alojarse Manuel Belgrano. Otros intentos posteriores debieron ser postergados. La salud le empezó a fallar y hubo momentos en que solamente se meneaba la cabeza. Ella confiesa que hubo un giro místico en su interior y no hace mucho tamibén salió de otro susto, pero mucho más recuperada.
"La canción es la única eternidad que tienen los pueblos", dijo el Cuchi Leguizamón, en la noche del 2 de abril de 1982, en la trastienda de un recital en uno de los lugares ínfimos que se les reservaba entonces a ese tipo de figuras. Y si alguien que la encarna y la pone vigente es Mercedes Sosa, la Negra, la Meche, ella, la única.
Hubo un lógico homenaje oficial de los que tienen como profesión y objetivo en el mundo, dado que el lugar de Cristo en la estampita está ocupado, aunque sea salir como Barrabases, y un ágape personal para 70 invitados, con su hijo Fabián y sus nietos a la cabeza, pero también habrá ausencias obligadas. Ni el Negro Matus, ni Tejada, tampoco Cura con su infernal despliegue de parches de todos los tamaños y sonidos, ni el francés que fue el gran amor de su vida. También habrá otros muchos, miles de ausentes, asimismo obligados. A los 70 años de vida, a los 55 del concurso de jóvenes valores cantando boleros, a 40 de enfrentar la vieja plaza Próspero Molina por la cojudeada del Turco Cafrune, que tampoco estará, y de su primer disco comercial, una Mercedes Sosa por suerte bastante recuperada de unos achaques que en los últimos años prácticamente la han raleado de su vida pública de artista, soplará las simbólicas 70 velitas.
Que los cumplas muy feliz, Mercedes, y muchas, muchísimas gracias por todo lo que nos dado, nos das y seguirás dando. Gracias a gente como vos se puede cantar a coro con Violeta Parra un gracias a la vida, que nos ha dado tanto en un país que nos han quitado todo, absolutamente todo, pero nos quedas vos y la canción, la única eternidad que tenemos como pueblo, tal como dijera el delirante del Cuchi, otra de las ausencias obligadas.
Hasta los otros 70, che, que todavía quedan algunas empanadas, vino y un bombito. Y como en esta época que nos toca vivir nadie está vacunado contra la pavada, sobre todo la mercadotecnia y la Diosa Encuestología, hemos hecho una acerca de QUIEN CANTA MEJOR, ¿la Negra o el Morocho? Está puesta más abajo. A sacarse la careta.
No son las únicas opciones. Y hasta se pueden enviar opiniones sin censura. Vamos, a no arrugar, argentinos y de otros lares, que nos conocemos tanto que una de las alternativas es No sabe/No contesta.
[N. del E.] Hay un sitio de Pucará Producciones al que se accede cliqueando en el subrayado. Impresionante realización visual, todas las tapitas, imágenes, postales con fotos de la Meche para mandar, pero a tono con la época, desgraciadamente muy poca miga. En una palabra, impactante y light, muy light.