AHORA SI EL PUNTO FINAL A LOS DIEZ
Hace apenas un rato, a las 14:00 hora local, en la cama de su dormitorio, del departamento de la calle Alsina, en el barrio de Congreso, mientras dormía, falleció la escritora Nira Etchenique. Su verdadero nombre era Cilzanira Edith Etchenique y había nacido en pleno barrio de Flores en marzo de 1926. Hasta un rato antes había estado conversando con sus hijos (el mayor, físico nuclear residente en Europa, había alcanzado a llegar esta mañana en Ezeiza), la menor vive en Brasil y estaba desde hace un mes, el del medio es médico y vive a la vuelta. La batalla fue dura y corta. En marzo del año pasado, tras una aparente neumonía, le detectaron un tumor maligno en el pulmón derecho. No operable por el momento, padeció la quimioterapia, se divirtió a rajatabla con su inefable humor negro y también de varios otros colores, alcanzó a ser homenajeaba por el Gobierno de la Ciudad y mandó un video por la imposibilidad de estar en un lugar donde se fuma y hay contaminaciones. Nada de otros detalles. Hasta sádicos y morbosos. Porque en el medio, de pronto, hubo un ataque, hemorragias, y apareció otro tumor, no metástasis, en la zona intestinal, operación de urgencia y cuando ahí ya se presagiaba a lo peor, le ganó: fue derrotado. Hace pocos días le habían retirado los puntos del ano contranatura y se aprestaba un nuevo round con el del pulmón, que se había reducido y los oncólogos esperaban el momento para llevarla al quirófano y extirparlo. No hubo tiempo. Nacida en el barrio de Flores en la segunda mitad de los '20, con una imprecisión que se encargó de ocultar hasta el último minuto, sobrepasó todo tipo de penurias personales (la muerte de Gabriela, su hija mujer más grande), persecuciones sociales en el trabajo por una mística política que jamás abandonó y aparte de los cuatro hijos que crió, también lo hizo con dos nietos de su hija fallecida. Los poemarios, las novelas, libros con narraciones más cerca de los relatos o de la nouvelle y los ensayos publicados, sin contar el casi millar de cuentos de amor publicado para revistas femeninas, la sobrevivirán y su nombre y prestigio hace rato que se hicieron un lugar para gambetearle algo a la perra mortalidad. La Vasca Etchenique seguramente decidió morirse esta tarde. Fiel a una estirpe no era de las que transigen fácilmente y en charlas privadas no precisamente había deslizado que si las cosas se complicaban no iba a permitir deshacerse lentamente en el sufrimiento y meter mano propia en el asunto, a su estilo. Que ya lo tenía decidido y tenía todo preparado. Por suerte, con ya un pronóstico que quedaba poco, no fue necesario. Entró sola en el sueño, como para siesta que al final se le prolongó demasiado y de la que no volverá. El lunes 1°, acompañada de su hijo médico, había mantenido la última charla con el oncólogo. Preguntó todo y le respondieron todo, lo más suavamente posible. Había entrado en la fase final, irreversble, con un tercer tumor en el pulmón izquierdo, ahora sí metástasis del que tenía en el derecho y que había sido el inicial, considerablemente achicado por la quimioterapia y que posiblemente se iba a intententar operarlo, pero además ya había derrame en la pleura y el especialista fue cauto pero muy claro en cuanto a quedaba muy poco tiempo, quizás días u horas. El consejo fue que se quedara internada para que en un caso de emergencia se la pudiera entubar. Se negó terminantemente. Eligió su casa, sabedora que las dosis crecientes de morfina iban a ser el último paliativo. Todo movimiento le provocaba una disnea casi intolerable. Pero se mantuvo lúcida y yendo al baño sola hasta las última horas. Era un roble y no podía dejar que ese honor quedara revolcado por el piso. Sinceramente, nos hemos quedado un poco más solos. Sobre todo en esta época, donde personas de esta materia prima y fibra son un tanto escasas. En la última conversación pidió que la cremaran y dejó una corta lista de gente para que sea avisada. Lamentamos no serle fieles a su designio de tanta circunspección. Ya gozó de la suficiente cuota de marginación y silencio. La sociedad argentina se tendría que dar por enterada y ponerse el luto por tener que dejar de baja a una gran intelctual y a una ciudadana sin par, sin obra social, sin jubilación, premiada con trabajo negro de toda laya y limosnas de toda especial. Por encima de cualquier otro juicio o valoración, la suya fue una vida inclaudicable de lucha y talento creador. El único reproche es que aunque haya sido contra su voluntad, nos deje más solos en un momento como el que estamos pasando. [AR]