18.8.06

UN POQUITO ANTES QUE GALILEO, POR FAVOR

Reproducción facsimilar del aviso aparecido este último 17 de agosto.


AHORA, A SACARLO DE ALLI

Ayer, en la página 63 del matutino Clarín, títulada Fúnebres, por primera vez (que nosotros sepamos), se puso por fin a la luz del día, negro sobre blanco, que Francisco José de San Martín, como era su nombre real, efectivamente pertenecía a la Logia Masónica Urartu N° 442. Debido a este motivo es que la mausoleo donde supuestamente están sus restos mortales se encuentran en una dependencia apartada de la nave central de la Catedral de Buenos Aires. No podía ser de otra manera: se trata de un hereje y no puede estar a la vista de lo que la iconografía señalan como el hijo de Dios y su madre María.

Sobre este particular hay un trabajo más que interesante de Ricardo E. Brizuela, del que rescatamos apenas este pasaje:

Repatriados sus restos en 1880, el asentamiento de los mismos fue un tema complicado: la Iglesia planteó la imposibilidad de acogerlos porque según los cánones apostólicos romanos, estaba prohibido el depósito de los restos de un masón en un lugar consagrado. La cuestión se zanjó cuando se construyó un mausoleo al lado de la Catedral, pero fuera del recinto, aunque con la cabeza del cajón inclinada como símbolo de la predestinación al infierno de aquellos que mueren fuera del seno de la Iglesia.

Esta posición fue producto de primitivos enfrentamientos entre la masonería y la Iglesia (uno de ellos y no el menos importante fue la expulsión de los jesuítas del Rio de la Plata) aunque los mismos masones reconocen la existencia de Dios en su afirmación de respeto al Gran Arquitecto del Universo.

Volviendo a la circunstancia de la repatriación de los restos del Libertador, la misma Iglesia cambió de criterio. Claro que en ese entonces entraron en vigencia múltiples y generosos créditos para reparaciones y refecciones de la Catedral con el argumento que allí se hallaban los restos del héroe.

Las autoridades eclesiásticas encontraron la forma de conciliar las prescripciones canónicas con criterios más terrenales, convencidas por argumentos de peso: así descansan hoy los restos del Libertador en la Catedral de Buenos Aires. [Los resaltados en color no pertenecen al original. Para el resto del trabajo de Brizuela click en el subrayado]

Nos permitimos, con todo el respeto del caso, un reencuadramiento, más que una corrección: al costado, fuera de la Catedral está San Martín, con una continuidad y cercanía que se presta para un fregado y para un barrido, pero ambos sumamente irrespetuosos, intolerantes e inconcebibles. Si se creen dueños de la verdad, que la patenten.

Lo que no parece más apropiado, sin dramatismos cursis como la memoria, el respeto y otras cosas por el estilo, es que los restos de San Martín estén en ese lugar. En Chile, tanto Pablo Neruda como su última mujer, Matilde Urrutia, fueron sacados especialmente de sus tumbas y llevados al pie del banco de piedra de la casa de Isla Negra, donde en los últimos años de vida la pareja contemplaba a diario la caída del sol. Esos fueron sus amores, sus creencias, sus goces, su manera de estar en el mundo y sus compatriotas, empezando por el gobierno, entendieron que el máximo poeta se lo merecía y allí los llevaron, apareado lo que queda de sus cuerpos.


Aunque obvio y perogrullesco, San Martín hubo uno solo y merece estar aparte, no tener que pasar por la nave principal de un templo católico y persignarse los que son creyentes o llevar cientos de párvulos por día y que les entre la confusión en cuanto a algunas ideas, una bruma que permanece y lleva a más que un lamentable equívoco. Un lugar que podría ser cualquiera, como la plaza que lleva su nombre, sobre el Retiro, y no sería para nada delirante El Plumerillo, en Mendoza, aunque difícil que los porteños se dejen quitar algo porque creen que todo les pertenece. Pero el lugar más apropiado sería justamente aquel donde dio comienzo real la epopeya que lo instaló en la historia y ganarse los honores que supo ganarse.


Pero en la Catedral y raleado porque no era del palo, no. Hay que empezar a terminar con todo atisbo de intolerancia. Nadie, desgraciadamente, tiene el monopolio o la patente de víctima. Es cierto que a miles de cristianos se los mamullaron los leones romanos, pero después la Inquisición llenó el cielo de humo con las fogatas de los cuerpos que para ellos no habían sido tocados por la Gracia de su Dios. Hitler argumentó querer mejorar la raza aria a costas del holocausto del pueblo judío y en nombre de semejante barbaridad hay algunos que se creen vacunados de errores, se tiran al suelo clamando por velados brotes de antisemitismo y achicharran palestinos y libaneses como si fueran ratas o piojos.

San Martín tendría que estar por encima de confesiones, logias secretas y otras menudencias que nos han llevado a este estado poco menos que al borde del colapso y la disolución. Por algo se fuera a morir lejos, como Borges. Aparte, como ahora lo confirma el aviso que se reproduce, él había elegido libremente ser masón, como casi el 90% de todos los patriotas que al sur del Río Bravo encabezaron las luchas independentistas contra el colonialismo español que realizó una civilizadora tarea evangelizadora con el genocidio hasta ahora más grade de la historia y el saqueo despiadado de tierras y riquezas, civilizaciones y culturas, con trabucos, lanzas y espadas a la cabeza, píamente escoltadas por la cruz que simboliza la religión de la redención por el amor.

Han venido tiempos de sinceramientos y de poner la paja con la paja y el trigo con el trigo. Si el actual gobierno obligó a bajar los cuadros en los cuarteles de ciertos personajes nefastos, mesiánicos, que instauraron la Industria de la Muerte, los católicos sinceros, los que con fervor pregonan y practican la redención por el amor y amar al otro como a sí mismos, no se pueden permitir esta humillación propia y a sus hermanos de cualquier pelaje.

Es posible que una prueba de madurez cívica del país sea que el día que crea que puede darle las llaves de la casa propia al Padre de la Patria. Y no tiene que ser un acto contra nadie. O, en todo caso, contra las intolerancias del pasado. Si es que pasaron. Porque acá, en El Tío Sol, no somos tan optimistas o tan otarios. Así que ha a empezar, y por el principio, que suele ser lo más aconsejable porque por el lado de la plaza de San Pedro los nubarrones son cada Papa más negros.