4.5.11

ANGEL LUQUE NO SE FUE POR EL PORTEZUELO


Casi nula repercusión del fin de un personaje emblemático de una Argentina feudal que no se quiere ver. El Gordo Luque fue en vida de ambos la mano derecha, el escudero, de otro personaje nefasto, como el jefe del clan local Vicente Leonides Saadi, cuyo hijo Ramoncito acaba de ser resucitado por obra y gracia del kirchnerismo. Tal puesto de honor de quien era representante de todos los negocios del KOMECON como hoy Franco Macri lo es de la República Popular China, también fue testaferro de los Montoneros y en calidad de tal, sobre los fines de la última dictadura militar, encaró la fundación del matutino La Voz. Allí el voluminoso Todo Terreno, pistola 9 mm. al cinto, era Jefe de Personal y se paseaba amenazante por entre medio de la redacción, compuesta en su mayoría por zurdos de mierda. El pasquín quiso lucir modernoso, adelantándose en el estrépito que se venía, y entre sus logros más detonantes no se pueden olvidar haber hecho público el día y la hora que le bajó la menstruación a la doctora Cecilia Enriqueta Giubileo, que sigue sin aparecer, así como, haciendo coro con Guillermo Patricio Kelly que ella había tenido a su cargo trasplantarle un riñón al temido Carlos Pajarito Suárez Mason, comandante del Cuerpo I de Ejército. También fue un logro histórico, adelantándose dos días a la quemada del féretro en la concentración de la avenida 9 de julio, dedicarle toda la contrapa a dar lujo de detalles del nombre de la Logia, el grado alcanzado dentro de la misma y otros detalles de la nefasta pertenencia a la masonería del candidato radical Raúl Ricardo Alfonsín, en un tono y un talante de lo más bastardo del periodismo normalmente pergeñado por personajes tan oscuros como sus fuentes y resultados.
El Gordo no había perdido las espeanzas de volver al Congreso, tal como se dice en el video de más abajo. No estaba tan pirado. La devaluación en que ha caído un poder que en otro tiempo fue señero daba lugar para ese sueño y varios más. Dueño de la famosa residencia Puerta de Hierro en la capital catamarqueña, sus medios de vida provenían de feudos varios y de la explotación agropecuaria, incluido el ganado de dos pies y prescindiendo del Estatuto del Peón de Campo que fuera señero en las conquistas peronistas. Las fantasías que no muy curiosamente se tejieron a su alrededor llegaron al colmo de afirmar y ser publicados por los principales diarios porteños, que la residencia homónima a la del líder en Madrid tenía empotrados cantidad de cadáveres pertenecientes a enemigos políticos del sadismo y personal que había participado en la construcción. A tal punto que se llegó a deslizar la formalización de un pedido de investigación para proceder en parte a su demolición.
En los últimos estertores de su vida pública, tanto él como su mujer, hicieron estentórea gala de su profesión de fe anticomunista y como es lógico le adjudicaron a la zurda la proverbial facultad de permanecer en las sombras pregonando y haciendo el mal, en este caso, enmierdando al Gordo.
El ruidoso silencio que ha acompañado a su desaparición, como la muy parcial ventilación de su currícula, tan o más sugestiva que la anterior, deja en el olvido que el Gordo fue presentado como particular danmificado en el asesinato de Pereira y Cambiaso, los dos últimos montoneros asesinados en el límite Buenos Aires-Santa Fe y cuya ejecución se le adjudicó siempre al ahora condenado Abelardo Patti. En medio de la vocinglería del caso María Soledad, su padre bajó hasta Buenos Aires para entrevistarse con El Chango de Anillaco, a la sazón a cargo de la presidencia de la república. Como en ese momento para la prensa cholula era sinónimo de mano dura e implacable, le rogó que pusiera a Patti al frente de la investigación del caso de su hija y que no lo frenaran todos los poderes ocultos que había tras el caso.
Dicho y hecho. Pasando por arriba de cualquier norma, Patti fue y se instaló en Catamarca. Cualquier chichipío, entre los que se cuenta el autor de esta bitácora, sospechó que para Patti había llegado la hora de hacer sonar las voces del escarmiento y darle para que tuviera después del papel jugado en el caso de los montos. Sin embargo, el gordito Luque Jr. nunca tuvo más acérrimo defensor que el subcomisario que no vacilaría luego lanzarse a la carrera política, llegando incluso a hacer actos proselitistas desde los muros de la cárcel de Marcos Paz para los fieles que había afuera aclamándolo. Sus conclusiones fueron que los autores del hecho fueron Tula y sobre todo su mujer, varios años mayor, celosa, que había estrellado el cráneo de la adolescente en unos piedrones al borde de un río.
Todo un profesional y cultor de la obediencia debida.