LITERATURA E INFORMATICA
«Cuántas veces me pregunto si esto no es
más que escritura, en un tiempo en que corremos
al engaño entre ecuaciones infalibles y
máquinas de conformismos.
Pero preguntarse si sabremos encontrar el otro
lado de la costumbre o si más vale dejarse llevar
por su alegre cibernética,
¿no será otra vez literatura?»
(JULIO CORTAZAR, en la primera página de Rayuela,
que en realidad está numerada como 438)
Con Rayuela, sin el inestimable auxilio de una computadora y el software correspondiente, mucho más cerca de la artesanía y la orfebrería que de la tecnología, Julio Cortázar se adelantó un cuarto de siglo al hiperTXT, una inquietante alternativa a mano que este último tiempo ha comenzado a divulgar la informática. En junio de 1963, cuando apareció la primera edición de una novela que literariamente clausuraba unos tiempos para abrir otros, el tablero de dirección que tenía como portadilla hizo creer que contra todas las sanas y ordinarias costumbres se trataba de algo que comenzaba en el capítulo 73, seguía en el 1, luego en el 2, y cuando se creía recuperado por fin el orden tranquilizante había que irse hasta el 116, continuar en el 3 y pasar al 84. Aparte de los inconvenientes en el manipuleo de un volumen de más de 600 páginas, no pocos lo tomaron como un ardid ingenioso, una supuesta antiarbitrariedad que fijaba una nueva arbitrariedad. En el fondo, mera pirotecnia de la imaginería o una travesura más para quien desde lo ficticio se negaba a envejecer: «Cuántas palabras, cuántas nomenclaturas para un mismo desconcierto», llegará a decir por ahí, socarronamente, el bueno de Horacio Oliveira.
«A su manera este libro es muchos libros», rompía el fuego Cortázar en el tablero direccionador, aparentemente muy lejos de la cibernética y tribulaciones semejantes. «Bah, literatura», hubiese podido acotar él mismo, en voz baja. Con un significado más allá de la topografía del volumen editado, se trataba de una novela de 635 páginas que amagaba terminar en la 410 para volver a la 575 y retornar a la 409, ad infinitum, después de haber formalmente (¿formalmente?) comenzado en la 438. Entre otras rupturas, el vulgar indicador que suele permitir a simple vista marcar cuánto se ha leído y cuánto queda de un libro, había quedado totalmente sin sentido. Solamente se tenía una noción envolvente de estar adentro, de haber quedado atrapado ahí para siempe.
El hiperTXT encubierto, vanguardista, quedaba denunciado en forma tácita si los que querían leer Rayuela «en forma corriente», como la llamaba el mismo autor, esto es, en una secuencia numérica ordinaria, escolar, pero la novela que comenzaba plácidamente en el capítulo 1 terminaba en la página 437. ¿Qué hacer con el resto de los cuadernillos irremisiblemente metidos adentro de las tapas? ¿Qué era eso? ¿Cuál era su el nexo vinculante, el encadenamiento, además de la constatable encuadernación?
Aunque parezca pedestre, sigue siendo válido preguntarse por qué el creador de cronopios y famas no la estructuró secuencialmente como es debido. La sospecha de estarse frente a quien hace exhibicionismo malabarista con sus destrezas no es tan fácil de disipar. La existencia física de una primera Rayuela (capítulos 1 al 72) sigue consagrando, manteniendo la existencia de una legalidad en la narración que obligaba a mantener a los diferentes elementos sobre el núcleo central, con relativas interdependencias o colateralidades. La segunda Rayuela (capítulos 73 al 155) podía resultar aleatoria para quienes se mantuvieran en los viejos cánones que siguen rezando que todo aquello que lleve a explorar caminos laterales resulta atentatorio a la tensión que debe mantener la estructura principal. El equívoco, si se lo piensa en otros términos, partía de la inevitable obligación tecnológica de superponer los planos de las páginas/capítulos, cuando en realidad lo que allí había era una superposición de flujos informativos.
Informática mediante, hoy se puede sospechar que en buena medida semejante ortodoxia era una tiranía del monopolio que ejercía el soporte gráfico de un texto. La supuesta ingeniosidad de Cortázar ahora resulta como el único camino posible para sortear los impedimentos reales que le imponían las limitaciones de la tecnología. Algunas licencias tipográficas recién empezaron a ser concebibles por los '70, cuando la fotocomposición y el imperio del offset voltearon barreras que se creían infranqueables o poco menos que tabú. Hace poco, Augusto Roa Bastos se quejaba de la amenaza que penden sobre las tachaduras y correcciones a mano, como las notas al margen, un mundo encriptado, lleno de represiones y claves. Pero desde la tecnología de punta, el hiperTXT sale al cruce de esas parcelaciones y ordenamientos escalafonados a través del tiempo para ofrecer la posibilidad de que un tema central, sus derivaciones, llamadas al pie, anotaciones de cualquier tipo, relatos paralelos y/o agregados sobre un concepto pasen a formar parte de un mismo texto. De esta forma, salvadas físicamente las distancias en el espacio a través de una casi simultaneidad en el tiempo gracias a una computadora que hace de sostén, todos esos textos disímiles pasan a constituirse en un HIPER (preposición inseparable que según la Real Academia significa superioridad o exceso) TEXTO. La intertextualidad, otro concepto anterior y colateral, abandona también para siempre el limbo de las abstracciones. Los abordajes interdisiciplinarios, con sus complejas redes de relaciones, cuenta ahora con una herramienta inmejorable para salvar los corsets de la linealidad y unidireccionalidad y poder graficar con TXTs lo que se han dado en llamar bucles de retroalimentación en la causalidad de los fenómenos.
El origen de esta alternativa ahora concreta y tecnificada data de 1945, cuando Vanevar Bush, consejero científico de Franklin D. Roosevelt, concibió una máquina que quedó en los diseños y cuya gracia hubiera consistido en almacenar registros con información de tal manera que estuvieran disponibles casi instantáneamente, para lo cual hubiera bastado con pulsar el botón correcto. El engendro fue bautizado Memex. Con Rayuela pergeñada, escrita y editada en el ínterin, van a pasar veinte años hasta que se vuelva a hablar del tema. Esta vez sí ya se le llamó hiperTXT y el que lo hizo en 1965 fue Ted Nelson, hijo de la actriz Celeste Holm, uno de los pioneros de la democratización informática que estallará en 1974 con el diseño de la primera computadora personal, autor de un clásico en esta materia titulado Computer Lib. Amén de la nueva palabreja acuñada, allí también se hacía la siguiente proclama: «Usted puede y debe comprender a las computadoras ahora». Cortázar, en todo caso, desde la literatura, ya lo había narrado.
Sin embargo, todavía debieron transcurrir otras dos décadas más para que el hiperTXT comenzara a concretarse en programas capaces de ser corridos y funcionales. Con esa innegable capacidad para trivializar lo maravilloso que tiene la informática, en el fondo se trata de simples, comunes y corrientes procesadores de texto que mediante el encriptamiento de una palabra, varias o un párrafo entero dentro de signos convencionales, como pueden ser los corchetes angulares, permiten la apertura y el acceso a archivos simultáneos de información, básicamente de tres tipos: expansivos del TXT mismo, al cual se agregan, referenciales porque abren nuevas alternativas o remiten a otras partes, ya sea anteriores o posteriores del mismo texto, y anotaciones dentro de una ventana que se abre en la pantalla. Las extensiones no tienen límites.
Se trata, en suma, de lo que se ha dado en llamar sistemas interactivos. La interactividad, en 1963, cuando apareció Rayuela, era lo que se veía obligado a hacer el lector, a dedo, leyendo el numerito que estaba al final del capítulo y hojeando para adelante o para atrás, y así poder continuar con una secuencia que aparentemente difería sólo en el mero ordenamiento numérico, cuando en realidad el tiempo ha demostrado que se trataba de una premonitoria automatización manual que planteaba una nueva vía de acceso a la información desde la imaginación literaria. En una Rayuela informatizada como hiperTXT, en cambio, al llegar a algunos de los signos que indican la presencia potencial, agazapada, de TXTs que expanden el original como si fuera un fuelle, la salida hacia temas laterales o los saltos a referencias o a meras acotaciones, bastaría con accionar un solo comando para traerlas a la pantalla. Desaparecido el superficial «caos numérico», la estructura sería idéntica a la que observa el ordenamiento básico de los datos en una computadora: un árbol o delta que tiene un tronco común del que se van desprendiendo, como bifurcaciones, directorios que contienen a la vez archivos con información y subdirectorios que a su vez contienen otros archivos con información y otros subdirectorios, etc.
Umberto Eco ha resaltado la base material de este nuevo instrumento informático al apuntar que hiperTXT es lo que permite contar en pantalla con bloques de información que están esparcidos en diferentes partes del disquete, disco rígido o cualquier otro soporte magnético que use el ordenador. Desde otro abordaje, como necesariamente es la escritura, al permitir diferentes niveles, también se puede decir que se está frente a la posibilidad de elaborar un texto tridimensional que no sólo permitirá tantas lecturas como lectores dispuestos o no a acceder a las diferentes tipos de alternativas y caminos laterales. También que desde ahí, para el autor, sólo la capacidad operativa de memoria y de almacenaje del equipo se plantean de manera hipotética como el único limite a un texto que -ahora sí- amenaza de manera menos ficticia con el infinito o por lo menos con emulaciones más próximas. ¿Qué otra cosa anunciaba precursoramente Cortázar sino con la eternidad del círculo dantesco al comenzar una novela en la página 438 y terminarla en un peloteo sinfín, con lo que en computación se llama un bucle, o loop, en inglés, entre la 575 y la 409-10? [AR]
[N. del A.] Este informe no fue publicado por un mensuario cultural, en 1992, por considerarlo demasiado extenso y la total, absoluta falta de interés de la gente común, aunque culta, por algo tan abstruso, minoritario y para borregos onanistas, pálidos, comedores de papas fritas, hamburguesas y alimentados a gaseosas vía parental. Al año siguiente, sin publicarlo, por supuesto, el autor fue invitado a una mesa redonda con un distinguido panel, en la Feria del Libro, organizada sobre los susodichos acerca de la relación de la literatura y la microelectrónica y el porvenir de los e-books. Ya la cosa venía más fashion y ahora andan por los cafés con notebooks X-things de 10 mil pesos, pantalla pixelada e Internet punto a punto, wireless.