22.5.05

RAYUELA, UN hiperTXT ADELANTADO 25 AÑOS


LITERATURA E INFORMATICA

«Cuántas veces me pregunto si esto no es
más que escritura, en un tiempo en que corremos
al engaño entre ecuaciones infalibles y
máquinas de conformismos.
Pero preguntarse si sabremos encontrar el otro
lado de la costumbre o si más vale dejarse llevar
por su alegre cibernética,
¿no será otra vez literatura?»
(JULIO CORTAZAR, en la primera página de Rayuela,
que en realidad está numerada como 438)




Con Rayuela, sin el inestimable auxilio de una computadora y el software correspondiente, mucho más cerca de la artesanía y la orfe­brería que de la tecnología, Julio Cortázar se adelantó un cuarto de siglo al hiperTXT, una inquietante alternativa a mano que este úl­timo tiempo ha comenzado a divulgar la informática. En junio de 1963, cuando apareció la primera edición de una novela que literaria­mente clausuraba unos tiempos para abrir otros, el tablero de dirección que tenía como porta­dilla hizo creer que contra todas las sanas y ordina­rias costumbres se trataba de algo que comenzaba en el capítulo 73, seguía en el 1, luego en el 2, y cuando se creía recupe­rado por fin el orden tranqui­lizante había que irse hasta el 116, continuar en el 3 y pasar al 84. Aparte de los inconvenientes en el manipuleo de un volumen de más de 600 páginas, no pocos lo tomaron como un ardid in­genioso, una supues­ta antiarbitrariedad que fijaba una nueva arbi­tra­riedad. En el fondo, mera pirotecnia de la imaginería o una trave­sura más para quien desde lo ficticio se negaba a enveje­cer: «Cuántas pa­labras, cuántas nomenclaturas para un mismo desconcierto», llegará a decir por ahí, socarronamente, el bueno de Horacio Oliveira.
«A su manera este libro es muchos libros», rompía el fuego Cor­tázar en el tablero direccionador, aparentemente muy lejos de la cibernética y tribulaciones semejantes. «Bah, literatura», hubiese podido acotar él mismo, en voz baja. Con un signifi­cado más allá de la topo­grafía del volumen editado, se trataba de una novela de 635 pági­nas que amagaba terminar en la 410 para volver a la 575 y retornar a la 409, ad infinitum, después de haber formalmente (¿for­malmente?) co­menzado en la 438. Entre otras ruptu­ras, el vulgar indicador que sue­le per­mi­tir a sim­ple vista marcar cuánto se ha­ leído y cuánto queda de un li­bro, había que­dado totalmente sin sentido. Solamente se tenía una noción envolvente de estar adentro, de haber quedado atrapado ahí para siempe.
El hiperTXT en­cubierto, van­guardis­ta, que­daba denun­ciado en forma tá­cita si los que querían leer Rayue­la «en forma co­rriente», como la llamaba el mismo autor, esto es, en una secuencia numérica ordinaria, escolar, pero la no­vela que co­menzaba plácidamente en el capí­tulo 1 ter­minaba en la página 437. ¿Qué hacer con el resto de los cua­dernillos irremisible­mente metidos adentro de las tapas? ¿Qué era eso? ¿Cuál era su el nexo vinculante, el encadenamiento, además de la constatable encua­derna­ción?
Aunque parezca pedestre, sigue siendo válido preguntarse por qué el creador de cronopios y famas no la estructuró secuencialmente como es debido. La sospecha de estarse frente a quien hace exhibicio­nismo malabarista con sus destrezas no es tan fácil de disipar. La existen­cia fí­si­ca de una primera Rayuela (ca­pítulos 1 al 72) sigue consa­grando, mante­niendo la exis­ten­cia de una legalidad en la narración que obligaba a mantener a los di­ferentes ele­mentos sobre el núcleo cen­tral, con re­lativas interde­pen­dencias o cola­teralidades. La se­gunda Rayuela (capítulos 73 al 155) podía resul­tar aleatoria para quienes se man­tuvieran en los viejos cánones que siguen rezando que todo aquello que lleve a explo­rar caminos latera­les resulta atentato­rio a la ten­sión que debe mante­ner la estructura principal. El equí­voco, si se lo piensa en otros términos, partía de la inevitable o­bligación tecnológica de su­perponer los planos de las páginas/capítu­los, cuando en realidad lo que allí había era una superposición de flujos infor­mativos.
Informática mediante, hoy se puede sospechar que en buena medida semejante ortodoxia era una tiranía del monopolio que ejercía el so­porte gráfico de un texto. La supuesta ingeniosidad de Cortázar ahora resulta como el único camino posible para sortear los impedimentos reales que le imponían las limitaciones de la tecnología. Algunas licen­cias tipográficas recién empe­zaron a ser concebibles por los '70, cuan­do la fotocomposición y el imperio del offset vol­tearon ba­rreras que se creían infranqueables o poco menos que tabú. Hace poco, Augusto Roa Bastos se quejaba de la amenaza que penden sobre las ta­chaduras y correcciones a mano, como las notas al margen, un mundo encriptado, lleno de represiones y cla­ves. Pero desde la tecnología de punta, el hi­perTXT sale al cruce de esas parcelaciones y ordena­mientos escala­fonados a través del tiempo para ofrecer la posibilidad de que un tema central, sus derivaciones, llamadas al pie, anotaciones de cual­quier tipo, relatos paralelos y/o agregados sobre un con­cepto pasen a formar parte de un mismo texto. De esta forma, salvadas físi­camente las distancias en el espacio a través de una casi simul­tanei­dad en el tiempo gracias a una computadora que hace de sostén, todos esos textos disímiles pasan a consti­t­uirse en un HIPER (pre­po­sición inse­parable que se­gún la Real Academia sig­ni­fica supe­rio­ri­dad o exce­so) TEXTO. La intertextualidad, otro concepto anterior y cola­teral, aban­dona también para siempre el limbo de las abstracciones. Los abor­dajes inter­disiciplinarios, con sus complejas redes de rela­cio­nes, cuenta ahora con una herramienta inmejorable para salvar los corsets de la linealidad y unidireccionalidad y poder graficar con TXTs lo que se han dado en llamar bucles de retroalimentación en la causalidad de los fenómenos.
El origen de esta alternativa ahora concreta y tecnificada data de 1945, cuando Vanevar Bush, consejero científico de Franklin D. Roosevelt, concibió una máquina que quedó en los diseños y cuya gra­cia hubiera con­sis­tido en almacenar registros con información de tal manera que estu­vie­ran disponibles casi instantáneamente, para lo cual hubiera bastado con pulsar el botón correcto. El engendro fue bauti­zado Memex. Con Rayuela pergeñada, escrita y editada en el ínterin, van a pasar vei­nte años hasta que se vuelva a hablar del tema. Esta vez sí ya se le lla­mó hiperTXT y el que lo hizo en 1965 fue Ted Nelson, hijo de la actriz Ce­leste Holm, uno de los pioneros de la democrati­za­ción infor­mática que estallará en 1974 con el diseño de la primera computadora personal, autor de un clásico en esta materia titulado Computer Lib. Amén de la nueva palabreja acuñada, allí tam­bién se hacía la siguiente proclama: «Usted puede y debe com­prender a las computado­ras ahora». Cortázar, en todo caso, desde la literatura, ya lo había narrado.
Sin embargo, todavía debieron transcurrir otras dos décadas más para que el hiperTXT comenzara a concretarse en programas capaces de ser corridos y funcionales. Con esa innegable capa­cidad para tri­vializar lo ma­ravi­lloso que tiene la informática, en el fondo se tra­ta de sim­ples, co­munes y corrientes procesadores de texto que median­te el en­cripta­mie­nto de una palabra, varias o un pá­rrafo entero den­tro de signos con­vencio­na­les, como pueden ser los cor­chetes angu­lares, permiten la aper­tu­ra y el acceso a archivos si­mul­táneos de in­formación, bási­camente de tres ti­pos: expansi­vos del TXT mismo, al cual se agregan, re­ferenciales porque abren nuevas alternativas o re­miten a otras partes, ya sea anteriores o posteriores del mismo tex­to, y anotaciones dentro de una venta­na que se abre en la panta­lla. Las extensiones no tienen límites.
Se trata, en suma, de lo que se ha dado en llamar sistemas inte­ractivos. La interactividad, en 1963, cuando apareció Rayuela, era lo que se veía obligado a hacer el lector, a dedo, leyendo el numerito que esta­ba al final del capítulo y ho­jeando para adelante o para a­trás, y así poder continuar con una se­cuencia que aparentemente dife­ría sólo en el mero or­denamiento numérico, cuando en realidad el tie­mpo ha demostrado que se trataba de una premonitoria automatiza­ción manual que planteaba una nueva vía de acceso a la información desde la imaginación literaria. En una Rayuela informatizada como hiperTXT, en cambio, al lle­gar a algunos de los signos que indican la pre­sencia potencial, agazapada, de TXTs que expanden el original como si fue­ra un fuelle, la salida hacia temas laterales o los saltos a referen­cias o a meras acotacio­nes, bastaría con accionar un solo co­mando para tra­erlas a la panta­lla. Desaparecido el superficial «caos numérico», la estructura sería i­déntica a la que observa el or­dena­miento básico de los datos en una computa­dora: un árbol o delta que tiene un tronco común del que se van des­prendiendo, como bifurca­cio­nes, direc­torios que contienen a la vez archivos con información y subdirecto­rios que a su vez contie­nen otros archivos con información y otros subdirectorios, etc.
Umberto Eco ha resaltado la base material de este nuevo instru­mento informático al a­puntar que hiper­TXT es lo que permite contar en pantalla con blo­ques de información que están esparcidos en dife­rentes partes del disquete, disco rígido o cualquier otro soporte magnético que use el ordenador. Desde otro abordaje, como necesaria­mente es la escritura, al permitir diferentes niveles, tam­bién se puede decir que se está frente a la posibilidad de elaborar un texto tridi­mensional que no sólo permitirá tantas lectu­ras como lectores dis­puestos o no a acceder a las diferentes tipos de alternativas y cami­nos laterales. También que desde ahí, para el autor, sólo la ca­paci­dad opera­tiva de memoria y de almacenaje del equipo se plan­tean de manera hi­potética como el úni­co limite a un texto que -ahora sí- amenaza de manera menos ficticia con el infini­to o por lo menos con emulaciones más próximas. ¿Qué otra cosa anunciaba pre­cursoramente Cortá­zar sino con la eter­nidad del círculo dantesco al comenzar una novela en la pági­na 438 y termi­narla en un peloteo sinfín, con lo que en compu­tación se llama un bucle, o loop, en inglés, entre la 575 y la 409-10? [AR]

[N. del A.] Este informe no fue publicado por un mensuario cultural, en 1992, por considerarlo demasiado extenso y la total, absoluta falta de interés de la gente común, aunque culta, por algo tan abstruso, minoritario y para borregos onanistas, pálidos, comedores de papas fritas, hamburguesas y alimentados a gaseosas vía parental. Al año siguiente, sin publicarlo, por supuesto, el autor fue invitado a una mesa redonda con un distinguido panel, en la Feria del Libro, organizada sobre los susodichos acerca de la relación de la literatura y la microelectrónica y el porvenir de los e-books. Ya la cosa venía más fashion y ahora andan por los cafés con notebooks X-things de 10 mil pesos, pantalla pixelada e Internet punto a punto, wireless.