CON RAZON NOS ENVIDIAN ESA MANGA
DE ACOMPLEJADOS Y RESENTIDOS
El ingeniero Gustavo Aldegani fue a la cita con la mira telescópica bien calibrada y no desperdició munición:
-Lo que tampoco se dice en todo esto es que en circuito respectivo el número y los otros datos de una tarjeta de crédito habilitada se venden a 150 dólares cada uno. Esto quiere decir que para determinados individuos o grupos chicos, sin accesos a bases grandes y encriptadas, sea mucho más negocio vender un paquetito de tarjetas que cometer unos pocos fraudes menores con ellas.
Desde que en la Argentina se entró a menear el tema delito informático, el especialista Antonio Millé se cansó de repetir, frente a la espectacularidad o novelería de los etéreos hackers o phreakers, que los daños mayores se producen por fuga de información y que eso permanece en el más absoluto anonimato por el desprestigio que le acarrea a la víctima que se divulgue que le robaron el código fuente de un programa que se estaba desarrollando o que le llevaron el backup (copia de seguridad) de una base de datos, que es justamente el gran negocio del fraude con tarjetas de crédito en el comercio electrónico.
Iván Arce, también de Core, sacó a relucir cifras del FBI y otros organismos estadounidenses especializados que dieron a conocer que en 1998 el 70% de los fraudes electrónicos de todo tipo estaban a cargo a Caballos de Troya (Troyan Horses o troyanos, en la jerga) dentro de las mismas corporaciones:
-Ahora bajó un poco, creo que un 10%, pero es inconcebible de hecho robarse una base de datos por teléfono –se rió-. Ni Mandrake.
Para el ingeniero Aldegani todavía aparece, aún no muy nítidamente, el perfil de otro dibujito más interesante:
-Quedarse con una base de datos bien rellena de tarjetas de crédito tienta a creer en la facilidad y en lo inmediato de fraudes inmensos. Me parece una idea un poco torpe. Con el software que hay en la actualidad, para reprocesar datos, resulta todavía incalculable la información tan o más valiosa que un simple fraude que puede contener esa base en lo que hace a darme perfiles de comportamientos de usuario, cuánto veranea, lo que gasta y hasta la pasta dentífrica que usa.
La colisión entre Hi Tech, privacidad y derechos humanos, ya anunciada y despreciada desde fines de los 70, va cobrando forma. Dirk Hanson, en Los nuevos alquimistas, ya hace más de 15 años, vaticinó que las computadoras traían bajo el brazo “una utopía electrónica o una pesadilla totalitaria, según el punto de vista que uno adopte.”
Sea como sea, diga lo que se diga, previsores, la mitad de nuestros compatriotas le tiene julepe al comercio electrónico. Un esbozo de Ley de Murphy aborigen ya podría ser delineada de la siguiente manera: “Todo argentino temeroso de ser currado en realidad es un currador reprimido y presto a dar rienda suelta a sus sanos instintos nativos.” (AR)
[N. el A.] Esta nota fue tan asquerosamente censurada, dilapidada, adulterada y demás infamias que ni siquiera se pasó a cobrarla cuando la responsable respectiva de la sección tuvo a bien darla a conocer. Había ocurrido que el suplemento dominical de La Nación había sacado algo sobre el asunto y se tenía que seguir la línea, no hacer algo diferente, opuesto, contrario o apenas original, mucho menos garrotearla en silencio citando algunas de las barrabasadas menores que había perpetrados. Y eso que entre los dueños de la editorial que publicaba este semanario considerado el paradigama de lo progre figuraba un exitoso ex montonero, ahora parlamentario con partido democrático popio y todo, y un mucho más exitoso financista, en sus años mozos, miembro de la siempre gananciosa Comisión de Finanzas del PC argentino. Por supuesto lo único que no se censuró, alteró, tergiversó ni distorsionó fue la firma del autor, cuando precisamente en las conversaciones previas lo convenido había sido que no sólo no se la quería firmar sino que se iba a presentar un informe para que los redactores de planta luego la jibarizaran, zipearan y distorsionaran a piaccere, como es de práctica. Todo otro comentario es ocioso.
DE ACOMPLEJADOS Y RESENTIDOS
El ingeniero Gustavo Aldegani fue a la cita con la mira telescópica bien calibrada y no desperdició munición:
-Lo que tampoco se dice en todo esto es que en circuito respectivo el número y los otros datos de una tarjeta de crédito habilitada se venden a 150 dólares cada uno. Esto quiere decir que para determinados individuos o grupos chicos, sin accesos a bases grandes y encriptadas, sea mucho más negocio vender un paquetito de tarjetas que cometer unos pocos fraudes menores con ellas.
Desde que en la Argentina se entró a menear el tema delito informático, el especialista Antonio Millé se cansó de repetir, frente a la espectacularidad o novelería de los etéreos hackers o phreakers, que los daños mayores se producen por fuga de información y que eso permanece en el más absoluto anonimato por el desprestigio que le acarrea a la víctima que se divulgue que le robaron el código fuente de un programa que se estaba desarrollando o que le llevaron el backup (copia de seguridad) de una base de datos, que es justamente el gran negocio del fraude con tarjetas de crédito en el comercio electrónico.
Iván Arce, también de Core, sacó a relucir cifras del FBI y otros organismos estadounidenses especializados que dieron a conocer que en 1998 el 70% de los fraudes electrónicos de todo tipo estaban a cargo a Caballos de Troya (Troyan Horses o troyanos, en la jerga) dentro de las mismas corporaciones:
-Ahora bajó un poco, creo que un 10%, pero es inconcebible de hecho robarse una base de datos por teléfono –se rió-. Ni Mandrake.
Para el ingeniero Aldegani todavía aparece, aún no muy nítidamente, el perfil de otro dibujito más interesante:
-Quedarse con una base de datos bien rellena de tarjetas de crédito tienta a creer en la facilidad y en lo inmediato de fraudes inmensos. Me parece una idea un poco torpe. Con el software que hay en la actualidad, para reprocesar datos, resulta todavía incalculable la información tan o más valiosa que un simple fraude que puede contener esa base en lo que hace a darme perfiles de comportamientos de usuario, cuánto veranea, lo que gasta y hasta la pasta dentífrica que usa.
La colisión entre Hi Tech, privacidad y derechos humanos, ya anunciada y despreciada desde fines de los 70, va cobrando forma. Dirk Hanson, en Los nuevos alquimistas, ya hace más de 15 años, vaticinó que las computadoras traían bajo el brazo “una utopía electrónica o una pesadilla totalitaria, según el punto de vista que uno adopte.”
Sea como sea, diga lo que se diga, previsores, la mitad de nuestros compatriotas le tiene julepe al comercio electrónico. Un esbozo de Ley de Murphy aborigen ya podría ser delineada de la siguiente manera: “Todo argentino temeroso de ser currado en realidad es un currador reprimido y presto a dar rienda suelta a sus sanos instintos nativos.” (AR)
[N. el A.] Esta nota fue tan asquerosamente censurada, dilapidada, adulterada y demás infamias que ni siquiera se pasó a cobrarla cuando la responsable respectiva de la sección tuvo a bien darla a conocer. Había ocurrido que el suplemento dominical de La Nación había sacado algo sobre el asunto y se tenía que seguir la línea, no hacer algo diferente, opuesto, contrario o apenas original, mucho menos garrotearla en silencio citando algunas de las barrabasadas menores que había perpetrados. Y eso que entre los dueños de la editorial que publicaba este semanario considerado el paradigama de lo progre figuraba un exitoso ex montonero, ahora parlamentario con partido democrático popio y todo, y un mucho más exitoso financista, en sus años mozos, miembro de la siempre gananciosa Comisión de Finanzas del PC argentino. Por supuesto lo único que no se censuró, alteró, tergiversó ni distorsionó fue la firma del autor, cuando precisamente en las conversaciones previas lo convenido había sido que no sólo no se la quería firmar sino que se iba a presentar un informe para que los redactores de planta luego la jibarizaran, zipearan y distorsionaran a piaccere, como es de práctica. Todo otro comentario es ocioso.