22.5.05

GROUSSAC & BORGES, DOS VARVAROS



AUTOMATIZANDO LA REALIDAD NACIONAL POSMODERNISTA
DEL PRIMER MUNDO

( O DE COMO ENTENDER LA ECUACION Biblioteca Nacional + Informática = el 30%)

Hay gente que cree que la vida es la posteridad. Desde el caso inverso, en cambio, no se conoce ningún adicto. Sin embargo, la introducción es válida para entender, ya ingresados al Primer Mundo y en pleno posmodernismo, por qué la ecuación Biblioteca Nacional + Informática da como resultado un 30%, algo que formulado así hasta suena a disparate, dada la cantidad de gente vulgares e ignorantes que todavía quedan.
Ocurrió que nuestro amigo (iniciales BH, a los efectos de esta ficción) entró a la vieja Biblioteca Nacional de la calle México, vio el busto de Paul Groussac que engalanaba esa especie de paraninfo cubierto y lúgubre que tiene a la entrada y pensó que uno suyo, esto es, un busto de nuestro amigo, pongamos BH para identificarlo, porque no quiso o no pudo dar el nombre real, ahí, al lado, no quedaría mal. De ese modo la Patria y las generaciones posteriores se lo agradecerían. Tampoco, como se verá, se trataba de una aspiración estrambótica ni nada que se le parezca.
BH habla cuatro idiomas y se formó en la parte norte del mundo, que es donde habita la primera clase. Tiene varios masters y pendorchos académicos de orígenes diversos y prestigiosos, que aquí no importan un pomo porque un día pasó frente a una computadora y virtualmente se quedó a vivir adentro. Aventura va, aventura que viene, desarrolló un programa para hacer bases de datos en TXT libre que es un chiche, a tal punto que los diez primeros años de La Ley y la jurisprudencia argentina tienen ese sostén electrónico. Después se lo afanaron los seguidores de Windows.
Vive de eso. Relativo éxito y reconocimiento lo llevaron a alternar con ciertos personajes y advenido que fue el último gobierno peronista no escaseó el buey corneta que le dijo: «Che, y si con eso que hiciste vos, ¿por qué no informatizás la Biblioteca Nacional que hay que andar buscando los libros con los garfios?»
Ahí fue que ocurrió el episodio recién relatado, como fue encontrarse frente a frente con Groussac, y si el viejo pelado, sin dejar reconocer que había hecho lo suyo, fue acreedor a un busto en épocas de las plumas de ganso, actualmente, en plena era tecnotrónica y vísperas de ingreso al Primer Mundo, ¿con qué menos le podían perpetrar a él?, fue que se le dio de pensar.
Nada de menega, de vil metal. Se ganaba la vida bien por otro lado y la burocracia estatal es un enredo. El pondría gratis su sistema, no cobraría derechos y que la biblioteca pusiera los galeotes a teclear los datos.
Listo. Para un busto de morondanga, basta y sobra. ¿O no?
El contact man de este caso, un pan de Dios, pionero en aplicación y divulgación de la Hi Tech a tanto la línea en sobres cerrados de las multinacionales del ramo, para decirlo así porque queda bien y no se entra en un cortocircuito, como no podía ser de otra forma, era un periodista. Un pebete de Dios como periodista, sí, pero periodista al fin. Y, aunque parezca mentira, afecto a la informática, lo cual ya lo convierte en una especie para ir a parar al Museo Ameghino: periodista, peronista y partidario de las computadoras. ¡Agarrenlón!
Hambriento de posteridad, nuestro embozado BH no perdió para nada su ortodoxa formación académica proveniente de la parte del mundo que está de arriba, si es que el mapa en el mundo yira en esa posición, y encaró con esas malas prácticas que trae el ser habituado al sentido común como es comenzar por el principio:
‑Che, ¿cuántos ejemplares realmente tiene esta biblioteca? ‑quiso saber, de sopetón, sin aviso previo, de manera aleve, como quien pregunta por la humedad ambiente.
Su interlocutor puso gesto contrito y, como buen periodista, no se trataba para nada de un genio en matemáticas. Al menos, para las matemáticas de apuro, como era este caso, pero tampoco es cuestión de quedarse callado, eso nunca, carajo. Su respuesta, en unos pocos segundos más, ingresaría de pleno en la antología que solamente años y años ejerciendo el sacerdocio pueden dar:
‑Mirá ‑carrespeó‑, dicen que dos millones y medio. Pero, ¿querés que te diga una cosa?
Dejó pasar la fracción infinitesimal para el suspenso y también para adelantarse y que el otro no le saliera con un domingo siete tipo cómo no, qué catzo me importa:
‑Yo no creo ‑agregó‑. Lo único que hago es repetirte lo que dicen.
Aunque cueste creer, en un país donde siempre se empieza por el final, tener un dato como ése era algo más que fundamental. Así fuera para lograr un busto como única remuneración.
‑Vos que estás acá, ¿a quién te creés que le puedo preguntar y que tenga el dato? ‑inquirió BH, nuestro héroe, siempre amistoso.
‑Hay una vieja, bueno, la bibliotecaria. Vení, que los presento.
No era vieja. Ya lo había sido. Y hacía bastante. BH se sentó con humildad a pesar de sus casi dos metros robustos, más para jugar en la NBA que para dedicarse a la computación, y repitió el interrogante que lo acuciaba:
‑¿Cuántos ejemplares hay, señora? ‑le espetó en la estúpida creencia de encontrarse en un país donde las cosas hay que preguntarlas a la gente que se cree que tiene que saber porque está en el asunto.
‑Señorita ‑le enmendaron la plana, de movida, una excelente parada en seco.
BH, allá arriba, enrojeció. Había olvidado la ley universal que indica del mismo que las monjas se desposan con el Señor bajo el amparo de la religión católica, las bibliotecarias lo hacen con el Supremo Anaquel en el altar de las bibliotecas con algún Tomo I eunuco.
‑Señorita ‑se retractó.
‑Unos cuantos millones ‑catarreó la antigüedad, ya pronto a entrar en la categoría fósil.
BH tiene como dos metros de sentido del humor y se le ocurrió que jamás hubiera pensado otro tanto en semejante cacatúa.
‑¿Qué método utilizan, si se puede saber, se‑ño‑ri‑ta?
‑Estimativo ‑dijo la vieja como si en realidad estuviera a cargo del Cuerpo I° de Infantería.
Del susto, a la salida, BH se olvidó de echarle otra mirada a Groussac y fantasear su ego con cómo iba a quedar su busto ahí al lado, seguramente algún de Borges, pobre, se lo tenía merecido, el día que abandonara para siempre este Valle de Lágrimas y Argentina le reconociera, sin más, sus méritos por haberle ayudado a sostener electrónicamente su ingreso al Primer Mundo. Cazó México, su ruta y hasta quiso arrancar el auto sin darle contacto. Si le hubieran ofrecido, como obra de bien, ahí nomás, informatizar la biblioteca del Moyano y el Borda, asistido sólo por pacientes, hubiese agarrado viaje sin pensarlo, también gratis y sin importarle un jorcara si el busto de al lado es el de Gregorio Marañón, algún Ramos Mejía u otra estación del mismo ramal o simplemente un monono chaleco de fuerza diseñado por Yves Saint Laurent.
Al tiempo de este primer incidente tuvo una nueva satisfacción. En La Nación, la seriedad periodística personificada, un coronel (RE, menos mal), integrante de la Asociación Amigos de la Biblioteca Nacional, le descerrajaba a las multitudes amantes de este tipo de notas tan entretenidas que la cantidad era de tres millones. Redonditos...
Bastante tiempo después, al frente de la institución el poeta y librero Héctor Yánover, dio un nuevo giro de tuerca, declarando que oficialmente se contaba con 650 mil ejemplares en total, lo cual puede que no fuera exacto, pero además totalmente diferente y como que empezaba a sonar más atinado, ¿no?
BH, de movida, siempre siguió dando su cifra, bastante menor, con un margen de error del 10%, y tiene sus fundados y matemáticos motivos.
En su momento, se decidió cortar por lo sano. Así como otros tienen la adicción de meterse el dedo en la nariz, BH tiene la suya, aberrante, en forma de suscriptor irredento a The Economist, el famoso semanario británico, donde alguna vez había creído leer un informe muy exhaustivo, muy british, donde ‑recordaba, le había quedado entre ceja y ceja‑ la National British Librarian, obviamente con residencia permanente en Londres, tenía tal cantidad de ejemplares que si se los apilaba uno junto al otro podía unirse Buenos Aires con Mar del Plata. Dato al pedo, que no significa más de lo que se dice, pero que justamente sirve como gancho nemotécnico. En otros términos, 420 kilómetros de libracos paraditos, uno al lado del otro.
Puesto a revisar como un energúmeno en el orden con que justamente un hombre de la informática se reserva tener para sí las cosas, y cuando faltaba poco para que se le saltaran los tapones del coco, a riguroso dedo y me acuerdo que era un ejemplar, me cache en dié, donde la guacha de la Tatcher estaba con una capelina violeta a punto de entrar al castillo de no sé cuánto, como si hubiese un castillo inglés, para un no británico, que sea diferente a otro, horas hojeando y puteando como un verdulero.
Pero lo encontró. La cantidad de años del imperio británico, sin computadoras, pero con bibliotecas en grandes cantidades, propias y encontradas en países conquistados, la rigurosa casuística los había llevado a concluir, con toda certeza, que en grandes volúmenes de bibliografía, caiga quien caiga y reviente quien reviente, que hay un average universal que dice que si no están impresos en sistema Braile, encuadernados en pasta, rústica, destapados, como sea, por metro cabe un promedio de 33 libros.
Punto. Se habían contado los libros de la biblioteca del mundo para llegar a semejante conclusión. Podía darse que fueran 35 o 32,5, pero no habían sacado el número del bingo. Ya era algo. Y más que bastante. Acompañado de dos empleados voluntarios que lo secundaban en el tema informática, se armaron de cinta métrica, cuaderno, birome y mentalizados contra el polvillo, entre la mirada impúdica y de acusar un salvaje atentado a lo sacrosanto del lugar, a cargo de los empleados que pasaban de venir de no hacer nada para ir hacia donde también iban a repetir la perfomance, pero sin exigirse tanto, hubo quien históricamente ha tomado medidas (en el sentido literal) a la vieja y querida Biblioteca Nacional.
Fue BH, nuestro héroe.
El resultado arrojó la módica suma de once (11) kilómetros y chirolas de estantes. S.E. u O.
‑Mierda, no se llega ni a Quilmes ‑calibró bibliográficamente, en inglés, BH.
Así nomás, sin excitarse mucho, eso daba, redondeando, un poco menos de 380 mil ejemplares. Faltaba una tarea más de corroboración de tipo topográfico, para decirlo de algún modo, y hacia allí se dirigieron Los Tres Mosqueteros con BH a la cabeza: ¡los ficheros!
‑Son dos ‑me contó en el café de Lavalle y Talcahuano‑. Tenés uno que lo podés llamar de autores, por supuesto en orden alfabético, y otro al que llamaremos temático, si vos querés, con el mismo orden, donde al pasar, sin ser muy exhaustivos, nos encontramos con un libro de geometría catalogado bajo el tema filosofía aunque te extrañes que también le puedan haber puesto ornitología.
‑Había sido libro de lectura de Sócrates y estaba en sus Obras Completas -quise ponerme infructuosamente a tono porque era la última animalada que andaba dando vueltas, junto con la novela de Borges y de que el verso caminante, no hay camino, se hace camino al andar, era de puño y letra de Don Ata.
‑No lo recuerdo, sinceramente, pero la ensalada era mucho mayor y en algunos casos, con sutilezas muy difíciles de recordar por la total falta de hilación, relación o lógica, si vos querés.
El Grupo Comando, formado por tropas de élite (2) de BH, atacó de manera sincronizada. Aplicó el criterio de las coordenadas X‑Y o, si se prefiere, que la superficie de un cuadrado es lado x lado o, tal vez más simple, que si al azar me tomo el trabajo de contar una por una las fichas de cada gaveta, con el riesgo de quedarme sin impresiones digitales, y hago un promedio, multiplicando la cantidad de gavetas que hay de alto por las que hay de ancho, me da el total de gavetas, guarismo que si lo multiplicamos, a su vez, por el promedio de fichas, el resultado que arroje puede ser algo parecido al total y no las paparruchadas que andaban diciendo por ahí.
‑¿Y? ‑me empezó a ganar la ansiedad‑. Terminá con tanto preámbulo.
‑Unos cuatrocientos veinte mil.

‑La diferencia no era tanta, después de todo.
‑Exacto. Y lo más curioso es que cuando fuimos al libraco ése donde se asientan los ingresos, que a propósito lo dejamos para lo último, por algo que te vas a dar cuenta enseguida, el rastreo hecho no fue en vano. En las bibliotecas grandes la numeración correlativa puede ser un engaño. No muy significativo, pero engaño al fin. Ocurre que si comienzo a comprar la Espasa Calpe o la Británica, no ingreso todos los ejemplares y después, a renglón seguido, pongo la historia de la laguna de Chascomús. En este tipo de obras se dejan quinientos, mil ejemplares en blanco, calculando los que van a venir después, actualizando, ¿no es cierto?, se supone que el inventario de una biblioteca de semejante envergadura se encara con cierta visión de futuro.
‑Se supone ‑lo glosé.
‑Exacto. Por eso lo dejamos para lo último. Así que inflado y todo como debe estar, sin embargo no llegaba al cuatrocientos mil, algo que ya habíamos notado al pasar en las fichas que revisamos a mano: ningún número está arriba del medio millón, alguno por ahí llegaba creo que al cuatrocientos ochenta mil.
‑Resumen.
‑Bueno: la Biblioteca Nacional debe andar entre los cuatrocientos veinte, cuatrocientos cincuenta mil ejemplares. Ponele, si querés, medio millón para exagerar.
‑Ahora, el resultado.
El sistema informático craneado por BH, si bien en el mundo hay muchos de TXT libre para bases de datos, es muy bueno. La arquitectura del soft es tal que recupera muy rápido, cruza de todas maneras, hace infografías, etc. Esto no es un chivo del programa. Lo que interesa es que si ahora uno va a la Biblioteca Nacional a buscar determinado material, o sabe el autor o sabe la temática. Tiene dos maneras de abordarlo. Ejemplo concreto de ficha bibliográfica tipo:

Urbanismo ‑ Geografía [NUMERO] [UBICACION]
PEREZ, JOSE
POR QUE DOBLAN LAS ESQUINAS A DETERMINADA ALTURA
Prólogo del emérito alcalde dn. Juan de la Sota y Bastos
Editorial La Baldosa
Madrid, 1935, 1476 pp., rústica.



Con el sistema craneado por BH, cargados todos los datos uno atrás de otro como cachetada de loco, luego, para recuperarlo, el usuario necesita saber menos información o, en todo caso, no importa que traiga ideas vagas. Si por esas cosas que tiene la memoria humana recordara apenas que era algo de esquinas y baldosas, con poner en la computadora, al lado de la flechita como se va a poner ahora:



>>esq* y baldos*



y se pulsa ENTER y más rápido que todos los bomberos juntos, entra a buscar todo lo que empiece con esq, desde esquina a esquinas, esquinazo, esquiavo, esquifuso, etc., siempre y cuando esté relacionado con baldos, que en este caso, poniendo mucho leudante, quién sabe si hay tres ejemplares que puedan tener una relación similar.
De todas maneras, el tiempo ahorrado y la posibilidad de hacer grandes rastreos de material es tan obvia que ni se va a comentar.
BH se abocó a la redacción de un minucioso, de esos con parágrafos indentados y nomenclatura decimal, tipo 1.2.4 y 3.5.1, para dar la idea que dentro de la cabeza se tiene similar rigor y orden, partiendo de la base de lo averiguado en su investigación de campo, por lo que colegía finalmente que cada ficha, electrónicamente hablando, de ahora en más llamadas registros, iba a tener promedio unos 300 bytes, lo que a todo reventar iba a dar menos de 180 Mb de información tipeada, sin contar lo que lleva la indexación, por lo que se podía andar en un gasto de mano de obra ‑los data enter, que les dicen, o dactilógrafos del posmodernismo‑ del orden de los veinte mil, treinta mil dólares a todo reventar.

Una bicoca. Un desayuno del Chango de Anillaco y quedaba informatizada una de las principales bibliotecas nacionales de Latinoamérica.
Todo fue encarpetado, troquelado y anillado.
‑Lo tiene que ver El Jefe‑. Un pan de Dios. ‑La semana que viene te llamo.
Puntualidad británica. Otra que el kilometraje de libros.
‑El Jefe lo estuvo viendo y analizando ‑comenzó la respuesta, medio vacilante‑. Desde ya te agradece el esfuerzo, todo lo que has hecho, porque si hay algo se nota es que has trabajado y te has tomado en serio una obra de semejante magnitud.
‑Pero, ¿y?
‑Treinta por ciento.
‑¿Treinta por ciento de qué? ‑se puso medio loco BH, sospechando que la posteridad se le estaba yendo a la mismísima‑. No pasé un mango de presupuesto. Decíme de qué.
‑No sé. El Jefe dice que el treinta por ciento y la changa es tuya.
Como es obvio concluir, a la mierda con la fantasía del busto, flanqueado por Groussac y Borges, la puta que lo parió.
Los varios millones de ejemplares de la Biblioteca Nacional siguen siendo menos de medio millón y pasó mucho tiempo, muchos 30% para que no hubiera que seguirlos buscando a dedo.
Pero, ¿por lo menos quedó en claro por qué Biblioteca Nacional + Informática = 30%? ¿No es una Varvaridad?
¡Qué Várvaro! [AR]

[N. del A.] A pesar de haber sido aprobado formalmente la idea, una vez con el original en la mano, tanto el director del quincenario HUMOR como el responsable de la sección se fueron al mazo con el argumento que si el informante, protagonista directo de la historia, no daba hasta el número de zapato que calzaba, nones. Se trataba de una publicación tan seria y con tanta trayectoria que no podía correr el riesgo de cubrir a alguien que podía perder algo más que el puesto. Sobre todo habida cuenta del Várvaro que ocupaba la Secretaría de Cultura de la Nación y con el chichoneaban en los boliches de Recoleta.