16.6.05

La corrección del lenguaje

He leído con sorpresa el manifiesto airado en pro de la anarquía ortográfica, por lo que he podido comprender en nombre de una sacrosanta libertad de expresión mal entendida.
Por suerte, las respuestas han sido rápidas, aparte de muy atinadas y comedidas; especialmente la de Guillermina Domínguez, de Santiago de Compostela, a quien la cuestión le toca en proximidad por su contacto profesional diario con alumnos de Secundaria -los adultos que tendremos en nuestra sociedad en un futuro no muy lejano-. Lo cierto es que, giros lingüísticos y otras modas epistemológicas aparte, la historia es -o pretende ser- una ciencia basada en el idioma, es decir, en el uso de la lengua para la comunicación de los conocimientos.

Y la lengua, como elemento compartido, se ha de procurar que venga regido por unos códigos igualmente comunes, y al mismo tiempo ajenos a la volubilidad de cada uno de los hablantes.
Yo no poseo el idioma castellano -o el inglés, o el ruso, o el vasco, o cualquiera de los que con el paso del tiempo pueda ir adquiriendo-, sino que soy un mero arrendatario de un bien común.

Por supuesto, los códigos de todos los idiomas -y no sólo la ortografía, sino también la gramática o la semántica-, son en gran medida arbitrarios; y hasta cierto punto, cabría aducirse miles de argumentos lógicos para proponer tal o cual cambio.

¿Para qué escribimos las haches en castellano, si no las pronunciamos? ¿Por qué volvernos locos para saber si una palabra se escribe con "b" o con "v", si a fin de cuentas, el 95% de los hablantes pronuncian ambos grafemas de la misma manera? ¿No sería más lógico aceptar una división de los sonidos representados por la "g" y la "j" según el criterio, absolutamente racional propuesto en su día por Juan Ramón Jiménez? Y no digamos nada de las horribles homonimias, o de las palabras polisémicas, o de los sinónimos. ¿No sería mejor tener una sola palabra, en vez de usar coche, carro o auto según los países? ¿No sería más racional que todos llamáramos tiesto a la maceta, como defendía acaloradamente Miguel de Cervantes?

Sí, todo esto es verdad.

Pero también lo es que la lengua no es nuestra, sino que debe servirnos para comunicarnos con otras personas.

Y los códigos, a pesar de ser arbitrarios, son el único territorio común que tenemos.
Aducir que escribimos con faltas de ortografía en base a nuestra libertad individual, es -aparte de otras cosas- un modo de mostrar un desprecio olímpico por aquellos a los que queremos hacer llegar nuestro mensaje.

Intentar justificar el uso de determinados vocablos contra la norma, o en un sentido diferente al comúnmente aceptado, es renunciar a ser inteligibles.

La pobreza del lenguaje, la limitación en el número de palabras que conocemos, nos impide no sólo comunicar la realidad en su complejidad, sino incluso abstraer y entender esa misma realidad compleja.

Declarar vehementemente, como hacen muchos de nuestros alumnos ¡universitarios! que lo que importa es lo que quisieron decir, en vez de lo que realmente dijeron -y el modo en que lo dijeron- no sólo es pretender reírse del profesor, es ante todo el reconocimiento de la propia limitación, del horizonte mental cerrado que estrechará las posibilidades de su conocimiento.Pero, sobre todo, es renunciar a la idea de comunicación, a la idea de la lengua como código compartido que posibilita, por su mismo carácter, el intercambio intelectual.
Y de este modo, lo que diga o escriba una persona que piense así, no sirve absolutamente para nada. Es como si un matemático escribiera sistemáticamente el signo (+) para señalar las raíces cuadradas. Es muy libre de hacerlo, pero lo que está claro es que lo que este señor pueda decir nunca podrá ser tenido en cuenta por el resto de los científicos.


Oscar Alvarez Gila
EHU - Universidad del País Vasco
Vitoria - Gasteiz

[N. de la R.] Este material nos fue reenviado por amigos del Tío y originalmente pertenece a un listing titulado Historia a Debate, que coordina el doctor Carlos Barros, titular de Historia Medioeval de la Facultad de Xeografía e Historia de la Universidad de Santiago de Compostela. A todos se les agradece muy sinceramente la posibilidad de difundir material sobre temas que nos pican y nos duelen.