20.6.05

EN EL DIA DEL PADRE, ADIOS A UN GRAN MAESTRO




MURIO EL DOCTOR MANUEL SADOSKY


Siguiendo a Manuel de Unamuno, en cuanto a que uno es el hombre que siempre se tiene más a mano, hasta el final me voy a ver a mí mismo, que es una manera de decir, aquel 19 de setiembre de 1958, hito histórico enterrado en el más feroz de los olvidos, marchando en la última ocasión que la Argentina quiso mostrar públicamente que todavía estaba tras la utopía de ser un país, y lo hizo con civilizada firmeza y convicciones, sin romper un solo vidrio, ordenada y jerarquizada por méritos y edades, a la cabeza el doctor Risieri Frondizi, hermano del presidente de la república y rector de la Universidad de Buenos Aires. A cada lado, enlazados por los brazos, Hilario Fernández Long, José Luis Romero, Gregorio Klimosky y toda la plana mayor de los titulares de cátedra de todas las facultades. Atrás, de la misma forma, los ayudantes y suplementes. Después, sosteniendo inmensos carteles de cordón a cordón, la glorioso y siempre presente por entonces en todas, la FUA, Federación Universitaria Argentina. Más atrás, también con sus pancartas distintivas, la FUBA, Federación Universitaria de Buenos Aires, con el contingente más grueso. El tercer pelotón, con sus distintivos violetas, Franja Morada y la Universidad Nacional de La Plata. Al final, obviamente con los profesores al frente, veníamos el borreguerío bullanguero y desordenado de la estudiantina secundaria.

Toda la plaza de los Dos Congresos fue chica. La reventamos de gente y de consignas. Había un sólo lema que no se negociaba: la escuela de Sarmiento, laica, libre y gratuita, a la que iban a entregar como tres meses después lo hicieron con la ley Domingorena. Se venía de una huelga general estudiantil de casi dos meses, las huestes de Guillermo Patricio Kelly y sus muchachos de la Alianza Libertadora Nacionalista, en autos negros, cansándose de sacar fotos con la metra siempre a mano, por las dudas, los primeros atentados antisemitas, tatuándole la cruz esvástica en un seno a una piba que estaba en primer año de Medicina, y un acto con inéditos hasta entonces charters pagados desde todo el país, llenos con los chetitos que estudiaban en las escasas instituciones privadas de educación, todas religiosas, todas católicas, a los que llevaron a Plaza de Mayo y no alcanzaron a llenar ni hasta la pirámide, para vitorear a la troika más mentada que pudo verse toda junta saludando desde el Balcón del General: Arturo Frondizi, presidente que había llegado hasta ahí gracias a los obedientes votos ordenados por El General asilado al amparo del deleznable Pérez Giménez en Venezuela y al que le habían robado un piano, a su vera, aunque a muchos les duela o se hagan los desengañados a un sonriente y feliz Oscar Alende, gobernador del feudo más grande y próspero del país merced a los mismos votos, y a monseñor Antonio Plaza, musa inspiradora de la dichosa ley que regalaba la potestad estatal de entregar los títulos universitarios y que años después iba a reconocer públicamente, en medio del genoicidio que también festejó, que había un pacto previo que Su Excelencia había tenido el honor de cumplir a rajatabla. Aparte, el hombre de sotana iba a interceder sin remilgos ante la Santa Sede para que al líder le levantara la excomunión para haber alentado la quemada de iglesias en junio de 1955 y se iba a negar rotundamente a interceder frente a Camps & Co. por un sobrino de su propia sangre que engrosó la lista de los chupados.

A todos los otros, que viajamos como pudimos, colados, colgados en los trenes, a pie, pública y oficialmente se nos acusó de estar pagados por El Oro de Moscú, éramos los bolches de mierda o, cuando más cariñosamente, un hato imbécil de idiotas útiles para los los evidentes planes expansionistas de los entonces soviéticos. Por esos días andaba yirando hasta la eternidad, metida adentro de una cápsula espacial, para desesperación del Pentágono y sus admiradores, una perrita rusa, el primer ser viviente puesto en órbita. Nuestro grito de combate era justamente «¡Lai-ca! ¡Lai-ca!», porque era el eje central del pensamiento sarmientino en que no se podía claudicar, el que había levantado la más gloriosa y propia bandera de la identidad nacional como era la Reforma Universitaria. Claro, algunos aprovechaban la volada y con tiza o pasteles, porque no había aerosol, rayaban las paredes con un


LAIKA
que movía a equívocos varios. Había otros, los más, que no lo hacían tan inocentemente. Y encima lo practicaban en forma profesional. Era el nombre de la perrita, de la que se decía que por radio, desde Tierra, se escuchaban sus lastimeros ladridos de ver tanta novedad junta y no entender nada, justamente símbolo mismo del cuco comunista que orbitaba cada pocos minutos sobre nuestra cabeza en uno de los célebres Sputniks que desvelaban al ver que Estados Unidos quedaba postergado en la carrera especial y el inmundo comunismo, el trapo rojo, le iba a sacar a los ricos, por primera vez en la historia lo que por historia y prosapia tan legítimamente les pertenecía. La hipersensible institución que es la Liga Protectora de Animales encontró el campo orégano para solicitadas y otros desmanes que mostraban su siempre a flor de piel su amor irrestricto por los seres vivos de cuatro patas y mostrar la inevitalbe muerte que le esperaba al animalito allá arriba, algo así como el súmmun de las tropelías que efectivamente se cometían detrás de la Cortina de Hierro. Claro, las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, para ellos, todavía no habían hecho blanco o deben haber caído sobre isocas o plagas de tucura, no sobre japoneses de todas las edades...
En el atardecer de aquel día histórico, justamente en aquella primera línea de los que por conocimientos, jerarquía moral e intelectual ocupaban en el indiscutible lugar que debían ocupar, esto es, a la cabeza, como le correspondía a su historia y a la que iba a ser toda su vida, iba el doctor Manuel Sadosky, por entonces inobjetable y venerado decano de la Facultad de Ciencias Exactas, elegido democráticamente por el voto de los tres claustros, como lo ordenaba la democracia universitaria consagrada en 1916, quien este sábado 18 de junio del 2005 murió a los 91 años y en la mañana del domingo, Día del Padre, sus restos fueron cremados respetando su última voluntad.
Con él se apagó una estirpe de maestros que si bien no se ha extinguido todavía del todo, está en vías de hacerlo o escasean de manera escalofriante. Por lo pronto, cada vez más ralean los educandos. Sobre todo por hambre y desnutrición. El eje de aquella controversia fue ladinamente puesto sobre el inalienable derecho a la libertad de enseñanza que perversamente levantaron desde los sectores más reaccionarios, fundidos con los confesionales, y que jamás había dejado de existir, aun en las épocas hasta entonces más duras. En realidad el asunto pasaba por la enajeación de la potestad estatal en la entrega de títulos profesionales. El doctor Risieri Frondizi fue rotundamente claro: «Con esto se quiere instaurar el comercio de la compraventa de títulos a destajo.» Y el privilegio de poder estudiar, como va a suceder, porque irrumpe la educación privada con todo, particularmente la católica, a la caza de recuperar espacios soñados como el logrado en 1949, bajo la primera presidencia de Perón, cuando instauraron a esa religión como obligatoria en todas las escuelas primarias, segregando a judíos, ateos, masones y de otras confesiones, con un catolicismo oficial argentino tan o más aberrante como falso, y practicado con la misma convicción del dónde vas, Vicente, donde va a la gente, mejor ni hablar de la puesta en práctica diaria de los principios cristianos. Por supuesto, lo hicieron entre gallos y medianoche, conservando un estilo arraigado, de la manera más asquerosa: capitalismo liberal subvencionado por el Estado. Es el día de hoy que el sueldo de los docentes de la esfera privada es pagado por el Ministerio de Educación de la Nación a costas de un cada día más esmirriado presupuesto nacional en la materia. Algo realmente destestable y vergonzante que no se cuestiona por falsa conciencia, pase el gobierno que pase.
No va a pasar mucho en que se saquen del todo la careta. Como dijera el Cuchi Leguizamón alguna vez, en cuanto a que desde el Río Bravo al sur jamás se había escuchado una consigna más revolucionaria que la sarmientina de educar al soberano, a partir de ahí todos los planes de administración y dominación de la sociedad van a tener su eje central en destruir a uno de los dos elementos, junto con la alimentación, que había llevado a la Argentina a entreverarse, aunque sea por poco, entre las primeras potencias del mundo: el alto nivel de educación de su población. Salida la primer y lustrosa camada de la Universidad Católica y del Salvador, las dos más beneficiadas por la generosidad del pacto en la troika formada por Frondizi, Perón y el Vaticano, la llegada al poder de la llamada Revolución Argentina, con los cursillistas de Juan Carlos Onganía y el
sindicalismo peronista en Mercedes Benz Pagoda blanco y cafés en La Biela de los Augusto Timonteo Vandor & Co., la otra histórica jornada como fue La Noche de los Bastones Largos mostró dónde estaba el quid de la cuestión, el monstruo a aniquilar que les resultaba el ají quitucho en la parte más hipersensible del cuerpo: casualmente la Facultad de Ciencias Exactas que encabezaba el doctor Sadosky, por entonces en la Manzana de las Luces, ensombrecida por el imponente monumento al genoicida Julio Argentino Roca. A garrotazos, con la Guardia de Infantería que había sacado a los empujones al doctor Arturo Illia del sillón de Rivadavia, la UBA fue desinfestada de la sputza repugnante de judíos y comunistas que la infestaban. Cuarenta años de paciente orfebrería para armar un equipo de científicos de primera línea fueron garroteados y liquidados en minutos. Planteles enteros de docentes, ayudantes e investigadores en Química Orgánica e Inorgánica se tuvieron que ir con petates y todo, así como estaban, en equipo, a universidades chilenas, venezolanadas, inglesas y hasta norteamericanas. Casualmente la entonces tan activa CIA no advertía el peligro del enemigo que se le infiltraba y que su fiel discípulo del sur exterminaba con tanto ahínco como devoción. Claustros de altísimo y merecido prestigio como Harvad y Yale, entre otras, inadvertidamente, contrataban hasta casi con felicidad semejante regalo del cielo por el que no habían invertido ni un dólar ni gastado una hora educacional. La UBA había sido desmantelada en su punto neurálgico. A los pueblos se los denomina y se los somete por la economía y con la fuerza de los ejércitos, pero fundamentalmente por la carencia de conocimientos. Sabían muy bien lo que hacían y querían. Lo lograrían con creces y lo estamos disfrutando.
El doctor Sadosky, hijo de un zapatero ruso escapado de los progroms de principios del siglo XX, compañero de secundario del socialista José Luis Romero, quedó cesante pero no se fue. Había traído al país, en 1960, la primer computadora, bautizada Clementina por el humor chispeante siempre presente en los claustros, un armatoste que medía 18 metros de largo y la típica magnificencia nacional quiere recordar que andaba a pedal y comía lechuga, dado que todavía regía el imperio del Churrasco de Cuadril que nos ponía por encima de toda la especie; pero sea como haya sido, una herramienta indispensable si se quería meter las narices en los análisis de altas matemáticas, donde don Manuel fue desde siempre un especialista de altísimo nivel no sólo aquí. A él se le debe la creación del Instituto del Cálculo y la carrera que por aquel entonces se denominó de computador científico. Su implacable visión del futuro y por dónde pasa la integridad humana no le alcanzaron para prevenir la que se venía, tanto para el país como él, como persona. En 1974, los movientos de calentamiento precompetitivo que inició la Triple A, continuación de los que ya había hecho la Alianza Libertadora Nacionalista, lo obligaron a refugiarse en Venezuela y luego España. A su regreso, junto con el retorno de la institucionalización de un país devastado por la muerte, tortura y desapariciones con metodología industrial y apoyatura logística científica, saqueada la infraestructura productiva y enterrado en la muerte lenta en que se iba a convertir la deuda externa, el flamante presidente electo democráticamente lo puso al frente de la secretaría de Ciencia y Técnica de la Nación. El doctor Sadosky puso especial atención en democratizar el CONICET y crear la Escuela Superior Latinoamericana de Informática. Ya era un hombre hecho, maduro, lleno de prestigio en todo el mundo, pero sabía dónde estaba el futuro y qué era lo que había que hacer para tratar de afirmarlo.
Para hablar en los términos de los signos de la época que transitamos, su muerte ocupó uno de los cuatro cabezales de la tapa del matutino de mayor tiraje, a la misma altura y el mismo valor de las confesiones íntimas de la hija mayor de Diego Maradona elevada a la categoría de superstar por ser La hija de papá. La mayor parte de la noticia del día, tamaña tres cuartos de página americana, era el triunfo del seleccionado argentino sobre Australia en una copa de no sé qué pero que además de pretender ser una avant premiere del próximo mundial, es una mordida más de la televisión satelital y el pete electrónico para entretener un creciente ocio social que se cierne como la más grande ameneza para devastar todo. El país está enredado en el debate de si la Cristina o la Chiche. El máximo responsable de haber clonado una cámara de gas en una bailanta y la masacre de 193 compatriotas goza de una inexplicable libertad bajo caución de propiedades por 150 mil dólares y es religiosamente cagado a huevazos y tomatazos todos los días, en el departamento de su madre donde se refugió para gozar de ese privilegio y poder leer más tranquilo el Corán y otras obras del islamismo y esclavizar a todos los vecinos de un delito que jamás cometieron. El se dice empleado de corporaciones off shore, como se las llama ahora a los que los antiguos llamaban testaferros o cabezas de turco, propietarias de 2 millones de dólares e integradas por jubilados que no tienen ni para comprar un paquete de Cerealitas. Aprantemente no hubo un solo policía de la zona que supiera que metían cuatro mil personas en un lugar habilitado para mil y encima sin permiso municipal para dar recitales de bandas cuyas característica, aparte de producir un ruido ensordecedor elevado a la categoría de música de moda, son seguidas por clanes cuyo ritual principal incluye el sistemático arrojo sobre las humanidades de los demás de bengalas incadescentes.
Ni drogados en la fecha por el campeonato nacional iban a hacer un minuto de silencio por semejante muerte, por el tremendo vacío que deja la ida de todo gran hombre, imposible de reemplazar así se pongan contingentes de los más capaces. Salvo un muy reducido círculo, la Argentina no lloró la pérdida de un hombre fundamental, que dedicó la vida entera, día por día, minuto por minuto, no sólo a cumplir la consigna ultrarrevolucionaria del Padre del Aula, sino reprocesarla para las épocas que corren y convertirla en informatizar al soberano. A otros nos queda no sólo el pálido consuelo, sino el honor no cotizable en Bolsa de aquel día histórico de setiembre de 1958, con 15 años y flamantes pantalones largos estrenados no hacía mucho, marchar en la cola de la multitud que iba tras las únicas banderas válidas de enseñanza libre, laica y gratuita del grande entre los grandes, tras los pasos de los que eran realmente maestros por méritos propios y de los que no claudicaron ni defeccionaron ni corrieron tras el tintineo de las monedas, como el oso de los gitanos.
Gracias, doctor Sadosky, por todo lo que dio y sobre todo por todo lo que intentó dar y no lo dejaron. No se puede ni se debe perdonar. Como él en lo suyo, estos otros saben lo que hacen. Siempre lo supieron. Hoy hay que llorar un gran maestro menos y preparar lágrimas para mañana, para la legión de muchísimos alumnos menos, que en vez de pizarrón tendrán la única alternativa más fácil y alcance de la mano de los videojuegos y cultivar sólo las aspiraciones de los pegamentos. A lo sumo, la cada vez más esmirriada minoría que tiene alguna alternativa, como lo anuncia un destacado aviso en la mencionada edición que dio cuenta de su final, los dichosos pueden optar de esta otra cultura, eviscerada, tras la pregunta central que como gancho marketinero pone el anzuelo encarnado: ¿Estás listo para liderar?, plantea como gran interrogante. La respuesta es Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Palermo. Se trata de formar sólo capangas ilustrados de los nuevos, todopoderosos e intangibles dueños del planeta. [AR]