20.6.05

ELASTOMEROS MEDIATICOS PARA CONCENTRACIONES MASIVAS




¡A FRUNCIR! FAMILIA AMENAZADA POR RETAGUARDIA


Este sábado 18 de junio del 2005, las agencias internacionales ahora al segundo gracias a la microelectrónica, hicieron saber que la Iglesia española a la cabeza, del brazo con el PP de Aznar, inundaron Madrid con una impresionante manifestación de exactamente 1,5 millón de indignados ciudadanos -según los números de sus voceros oficiales- que están contra la boda entre homosexuales consagradas por una ley de la administración socialista de López Zapatero, encabezados por una gigantesca pancarta fondo celeste, letras rojas con la consigna

LA FAMILIA SÍ IMPORTA
mientras que los cuestionados daban oficialmente la cifra de 166 mil presentes. Reprocesemos: o los organizados decuplicaron para arriba las presencias o los oficialistas jibarizaron diez veces a los que fueron. Dejemos el tema trolex para después y vayamos al punto esencial de la Sociedad del Espectáculo denunciada a principios de los '60 por el sociólogo francés maldito Guy Debord. Acá lo único que importa son los símbolos y lo que se dice. Esto es lo que queda instaurado, no el suceso. Vivimos la época de los anuncios y los envases, no de los contenidos. Y en esto, no os enojéis, gallegos, van a la cola porque los argentinos hemos hecho punta.

El país podrá desaparecer, hasta se va a develar qué cuernos pasó en la reunión de Guayaquil o saber el número exacto de masacrados en el bombardeo genoicida del 16 de junio de 1955 o en la masacre del Puente 12 de 1972, pero la gente que cabe en el Luna Park que lo avergüe Magoya. Esto es a gusto y piaccere del organizador o de la contra. El viejo Palacio de los Deportes de los Pacce & Lecutore siempre fue de goma. De la Plaza de Mayo mejor ni hablar porque se pudre todo.

Las matemáticas, en la Argentina, aplicadas a las concentraciones políticas, hace rato que abandonaron el plácido e indiscutible reino de lo científico para entrar en el estorismo y el bingo. Es lo que ocurre con las víctimas fatales de la violencia del fútbol argentino. Acá es más asqueroso el asunto, porque es más urticante: es una verdadera tómbola macabra saber la cantidad exacta desde que en 1924, con cobertura semioficial, se empezó a exterminar nativos, sobre todo si son del equipo contrario y ni qué hablar contabilizar los que mueren baleados por la espalda con balas policiales que fueron producto de tiros al aire. Al respecto, hay una balística especial para uso oficial y exclusivo que aplican los jueces y que es claramente violatoria de la ley.

De las leyes de la física, queremos decir, porque nunca explicaron dónde miércoles rebotan en el aire esas balas para venir y atravesar tórax y cérebros de jóvenes.

Estas disputas cuantitativas se han convertido en el eje cualitativo del posmodernismo. Al respecto, desde un siglo antes Carlos Marx había advertido sobre las contradicciones tramposas que se pueden dar dialécticamente entre cantidad y calidad.

Pero era judío y encima marxista.

Sigamos, entonces. Vayamos a lo sustancial de lo volátil que nos caracteriza. Las movilizaciones masivas al cuete, porque antes eran esencial demostración de fuerza pública. Ahora cada vez menos salen a caminar o simplemente salen a caminar porque el verdadero hecho colectivo es cómo se disputa la batalla mediática por dejar fijado cuántos fueron, si pocos o muchos.

El atropello a la razón, que santificara Enrique Santos Discépolo, es tan evidente como flagrante. El aporte al descreimiento y escepticismo general es más que evidente. Pero no por eso menos practicado. Cada vez más practicado, como lo acaban de demostrar oficialismo y oposición en España, ocultando malamente que el la ofensiva vaticana con el PSOE y su gente es más que preocupante en más de un sentido. La estúpida respuesta socialista de contestar con comunicados de prensa una realidad evidente esconde otras cosas.

Por este lado, tal como sucede en la discusión mediática de lo matemático, el tema de la evaporación familiar que ya fue abordado en otra nota de esta bitácora, salta a la vista. La puesta en la palestra del tema homesexual ya bordea lo chancho, estéril y frívolo no sólo en España. Esta particular y absolutamente minoritaria franja de población, justamente gracias al reinado de lo mediático y cierta cojeta imbécil de los progres, ha logrado trasladar esta problemática al centro del posmodernismo cuando los derechos humanos en general ya se dan por insoslayables y sobre todo en tevé, hay horarios y programas que dejan toda la sensación que todo el que no es gay es retrógrado o de la Edad de Piedra, por un lado, y por otro que cualquier minoría abyectamente postergada o maltratada, raleada, ande por ahí, se convierta en bandera fundamental cuando a diario contingentes de seres humanos de todos los pelajes, heteros u homos, tuertos o rengos, blancos o negros, son marginados de toda marginación del sistema, empezando por la cuota mínima de calorías que exige la OMS, ni esto de educación y salud pública.

Ahora el centro del debate, en España y aledaños, es si los colitas frescas tienen derecho y pueden casarse. Para terminar de epatar a los insufriblemente tolerantes católicos, si pueden adoptar niños, cuando las sociedades en general, particularmente la argentina, no han solucionado el tema de fondo, como es la adopción lisa y llana de sus niños abandonados o sin padres, dejando expresamente de lado la cantidad que todavía quedan como expropiados por los Grupos de Tareas en las noches muy negros de la Noche Negra que tuvo el país en manos de los uniformados.

Es la polémica del sexo de los ángeles con otro formato. Darle entidad y jerarquía si trolex de cualquier origen pueden casarse de blanco o no es desviar la atención de lo principal. Ir al gesto y no acto. Lo esencial es lo aberrante de la marginación de seres humanos por cualquier causa, religiosa, ideológica, racial u objeto de deseo sexual. Así como el pleno ejercicio de sus derechos cívicos. Pero polemizar en torno a si se pueden casar con toda las de la ley o adptar chicos es instaurar el Reino del Revés de María Elena Walsh como normalidad. Desvirtuar lo esencial con la corteza de lo paquete y vanguardista. El casamiento, pompas aparte, obedece a un viejo rito humano de instaurar, entre otras cosas, el monopolio del ejercicio sexual de un miembro de la comunidad por otro, la procreación natural que se sigue produciendo introduciendo un pene erguido adentro de una vagina, eyaculación, fecundación del óvulo, preñez, parto y un nombre propio con los respectivos derechos hereditarios.

De movida, jamás el casamiento en todas sus variantes impidió el cornudismo, bisexualismo, adopción y otras desviaciones. Que ahora se discuta como derecho inalienable de los colitas frescas y que salgan legiones de católicos enardecidos a defender la integridad de la familia son indicativos de que a diestra y siniestra la sociedad anda como el tugets, se lo use para lo que se lo use. La homosexualidad, su ejercicio pleno sin ser discriminada, no puede ser ni será causa de la evidente desaparición institucional de la familia. El esplendor de la Grecia antigua no se vino en banda por la creciente cantidad de los que hacían la cambiadita sin que nadie se escandalizara.

La injusticia social no pasa por el entrepiernas. Tampoco por el objeto del deseo sexual. Casarse legalmente o tener derecho a adoptar son dos desvirtuaciones que trastocan no las buenas costumbre ni la moral impoluta de una sociedad sino la preocupación central desde lo espectacular a lo esencial. El casamiento entre personas de dos sexos tiene un viejo sentido ancestral en lo ya dicho. Respetar los derechos cívicos entre gays en lo que hace a herencias y otros derechos cívicos es algo que parece ridículo cuestionar. Otorgarles el casamiento y que se arme un patatus social, encima de grotesco, es el síntoma de conflictos más profundos que pasa no por el sexo al que pertenece el que a uno, por elección propia y gusto, le da un beso en la boca.

Che, cariñosamente: ¿por qué no se dejan de joder? Andar discutiendo qué se hace con el contrafrente del cuerpo cuando cada vez hay más criaturas que todavía ni han cumplido el período de asentar su estructura de la personalidad y no sólo no tienen qué ponerse en la boca sino que nacieron condenados a ser marginales, subhumanos, es una nueva y mucho más aberrante forma de la perversión que no tiene nada que ver con la posición que se adopte en la cama, con la luz prendida o apagada, con o sin lubricantes. [AR]